sábado, 16 de marzo de 2019

El estructuralismo en literatura - Torres y Carvajal

Los métodos de la lingüística contemporánea fueron determinantes en el surgimiento y la consolidación del movimiento estructuralista en literatura. Los planteamientos de Saussure fueron el soporte teórico que sustentó la validez de aplicar los métodos lingüísticos al análisis de la obra.

Barthes dice que solamente la lingüística puede otorgarle a la literatura el rigor analítico que requiere. Para los defensores del estructuralismo en literatura, el método lingüístico permite adelantar un estudio científico de la obra con independencia de la historia literaria y la crítica biográfica. Las categorías de análisis (significantes, significado, relaciones sintagmáticas y paradigmáticas) se pueden utilizar para explicar el análisis de la obra.

Se podría criticar el cientificismo del enfoque debido a su interés en mostrar un análisis objetivo de la obra, independiente del punto de vista del lector y de los códigos culturales que utiliza al leer. Esto haría que el analista sea un “tecnólogo literario”, quien pone en funcionamiento una máquina conceptual que no puede ser alterada.

Sin embargo, uno de los mayores aportes del análisis estructural en literatura reside en el tipo de relaciones que establece con la semiótica y la semiología. Aquí, el análisis de signos de la lingüística estructural es útil, pues le permite al lector comprender los diversos niveles de sentido de la obra.

Chomsky retomó las diferencias entre lengua y habla al considerar que la “competencia” se divide en dos niveles básicos: conocimiento y uso. En el primero, el hablante-oyente conoce las reglas que estructuran su lengua, y en el segundo, las utiliza para comunicarse con los demás.

En cuanto a la competencia literaria, Culler comenta su interés por el lenguaje binario como una opción para explicar la producción de significados de la obra literaria. Esta es analizada como el producto de un sistema en cuyo interior se encuentran una serie de códigos determinados por unas leyes generales.

Todorov plantea que las obras literarias son la expresión de una estructura más general y abstracta, cada una de ellas es solo una expresión del sistema al que pertenecen.

En el enfoque de Propp la categoría de personajes es reconocida bajo el rótulo de “actantes” debido al carácter funcional de los mismos en la historia narrada. El perfil psicológico del actante es secundario al tener mayor valor su función, la cual le otorga consistencia al sistema de oposiciones que soportan la estructura del relato (ayudante/opositor, sujeto/objeto, etc.).

Para Barthes, el lector debe enfrentarse a un proceso de observación y descripción de la obra, con la idea de que pueda reconstruir el sentido del texto. La reconstrucción del sentido es el elemento nuevo que le permite al lector reconocer la inteligibilidad de la obra.

Todorov busca explicar las diferencias entre interpretar una obra y describirla. En el primer caso, se trata de un proceso de subjetivación que puede caer en la arbitrariedad, a diferencia del segundo, donde el análisis tiene un carácter objetivo, preciso e inteligible. Se devela la presencia de un científico literario que calcula y verifica las funciones actanciales como elementos singulares del relato.

Al estructuralismo le interesa construir una teoría del discurso literario, crear una teoría de la competencia literaria que explique cuáles interpretaciones son pertinentes y por qué otras no lo son. Esta intencionalidad incluye al lector, quien debe desarrollar su competencia literaria siguiendo los criterios que lo excluyen del proceso de interpretación crítica de la obra.

Al estructuralista le interesa analizar un corpus de obras literarias con la idea de encontrar las leyes generales que las rigen. Se trata de identificar la literariedad, entendiéndose por ello la búsqueda del sistema en el discurso literario. La literariedad deja de lado la presencia del autor de la obra y afecta el papel del lector en el proceso de interpretación y comprensión. Este límite se fundamenta en la preexistencia del lenguaje. Para el estructuralismo, el sujeto accede al lenguaje a partir del conjunto de convenciones y códigos que previamente ha logrado asimilar de otros hablantes. La tradición se convierte en un legado que se transmite de generación en generación y tiene un valor cultural que es superior al individuo.

Para Culler, la obra literaria no es un objeto autónomo, su existencia es producto de las relaciones que establece con otras del sistema literario. El sistema es donde las obras cobran sentido y el lector debe interpretarse para poder reconocer las convenciones o las reglas que determinan su análisis.

Del formalismo ruso al estructuralismo francés

El surgimiento del estructuralismo en literatura se apoyó en los estudios del Círculo Lingüístico de Praga (1926). El estructuralismo checo fue conocido en Occidente cuando comenzaba su crisis, la cual se explica a partir de los replanteamientos del formalismo ruso que realiza Jakobson, quien recibió influencias de LevíStrauss sobre la antropología estructural. Los trabajos de Todorov y Kristeva fueron fundamentales para el desarrollo del estructuralismo francés, gracias a quienes se hicieron conocidos los trabajos de Bajtín y Lotman.

La década de esplendor del estructuralismo francés se ubica en la década de los 60. Barthes instaura una querella entre la crítica tradicional o académica y la Nouvelle critique o crítica de la interpretación de corte ideológica. Hasta ese momento, en Francia la obra literaria se analizaba teniendo en cuenta al autor. La crítica de la interpretación se convirtió en un movimiento de renovación en Francia. El propósito de esta crítica fue criticarlos métodos tradicionales para el análisis literario. Conciliaron las teorías de Nietzsche, Marx y Freud.

Las corrientes protagónicas de la nueva crítica literaria fueron la crítica temática o de interpretación y la crítica objetiva. En la primera, consideran que en toda obra el autor pretende instaurar un tema que se convierte en el aspecto indicial a partir del cual el lector debe construir el sentido de la misma. El autor tiene un papel importante, es el creador, materia de estudio por parte del crítico para construir el sentido de la obra. En la segunda, se encuentran enfoques estructuralistas, marxistas y psicoanalíticos, los que desconocen la presencia del autor en la construcción del sentido.

Barthes llama la atención debido a la importancia que le da a reconocer el carácter indicial y sígnico de la obra para reconstruir el sentido. Nace el lector como un intérprete de signos y se instaura la escritura como un recurso ético, político e ideológico.

La competencia literaria

Para Chomsky, la competencia lingüística es propia de un hablante-oyente-ideal que tiene la capacidad de intercambiar objetos culturales para recrear su visión del mundo, su entorno, a partir de un número limitado de reglas. Esta concepción del hablante como sujeto creador determina la escritura de un texto y al sujeto lector.

Para Guillén y Culler, el desarrollo de la literatura le ha permitido a su lector incorporar una serie de normas donde es posible distinguir la existencia de un discurso específico. Para van Dijk, la competencia literaria consiste en la habilidad que tiene un ser humano para producir e interpretar un texto.

Siguiendo con la tesis de Chomsky, la competencia literaria surge de la capacidad que tiene el lector de interiorizar una gramática con fines estéticos. La asimilación de la norma literaria es el criterio fundamental para garantizar el desarrollo de dicha competencia.

En suma, la competencia literaria en el enfoque estructuralista se expresa cuando el lector de la obra puede interactuar con el sistema literario y reconoce la gramática narrativa. Esto le permite convertir las secuencias lingüísticas en estructuras y significados literarios. En el interior de toda obra subyace una gramática que al depender de una lengua convierte la sintaxis en un conjunto de enunciados con significado.

El estructuralismo presta atención al procedimiento de la interpretación, pues el lector ideal debe dominar todos los códigos o claves que hacen comprensible la obra. No toda interpretación es válida y la interpretación es objeto de investigación.

Los aportes de Culler al concepto de competencia literaria se pueden sintetizar en: el lector debe convertir las secuencias lingüísticas en estructuras con significado literario; la existencia de diversos géneros literarios le permite al lector comprender el proceso de naturalización de la obra (su historicidad le permite al lector entrar en diálogo con la tradición literaria).

El estructuralismo en la literatura


En 1968 comienza la crisis del estructuralismo. Barthes modifica algunos de sus postulados al expresar que cada texto postula su propio modelo y no es pertinente hablar de una gramática universal del relato. Se produce entonces el surgimiento del posestructuralismo.

Para Jakobson, la poética y la lingüística son inseparables, pues mientras la primera se encarga de los problemas de la estructura verbal, la segunda, en tanto ciencia, abarca dicha estructura.

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