sábado, 16 de marzo de 2019

Género en disputa - Judith Butler

Las mujeres como sujeto del feminismo

La teoría feminista ha asumido que existe cierta identidad, simbolizada por la palabra mujer/mujeres, que representa a las mujeres y que sirve para inscribir sus intereses en el discurso. Si entendemos que la representación lingüística sirve como criterio mediante el cual se originan los sujetos mismos (en tanto se ubican en la red de relaciones intersubjetivas que es la sociedad o el grupo), entenderemos también que la palabra (en este caso, “mujeres”) solo puede representar a quien se reconozca en ella.

Pero dice Foucault, que los sistemas de poder producen a los sujetos a los que más tarde representan. Es decir que desde el propio poder (poder que es siempre horizontal y está siempre presente) se dice quién es quién y qué significa ser qué (por ejemplo, qué significa ser mujer, o ser hombre, o ser bueno, o ser ciudadano). ¿Y si es el sistema patriarcal, el poder masculino, el que ha “creado” a la mujer? Entonces, dice Butler, recurrir a un sistema que oprime a la mujer para la emancipación de las “mujeres” será abiertamente contraproducente. Es decir, el mismo sujeto que lucha contra el patriarcado ha sido creado… por el patriarcado.

Por otro lado Butler explica que en todo sistema político existe siempre una ilusión ficticia de un ser previo al sujeto, es decir de un sujeto paradójicamente previo al sujeto. Esto es, de una cosa que es previa a su señalamiento lingüístico y a su contenido normativo. Por ejemplo, podríamos pensar que la mujer existe antes de que se señale como mujer. No obstante la autora advierte de que se trata de una ilusión. Esto porque el sujeto no es hasta que se lo señala como tal. ¿Qué había antes de “la mujer”? Nada. Ni siquiera podríamos decir: “bueno, había un cuerpo femenino, con vagina, pechos, zonas erógenas, ciertas hormonas, rasgos distintos”, porque esto también tiene que ser señalado y será característica del sujeto-mujer. La autora plantea una idea fundamental para todo su marco teórico: no existe el sujeto pre-social, no existes ni tienes contenido antes de que desde la sociedad te señale con una determinada identidad.

Siguiendo con el problema del significante “mujeres”, se advierte de la falsedad que implica pensar que un solo término con un cierto contenido detrás (esto es, el contenido que le damos al ser-mujer) puede agrupar a todas las mujeres. Y Butler continúa afirmando que no puede existir ni un feminismo universal ni un patriarcado universal, pues hablando de tales situaciones nos dejamos atrás toda la diversidad cultural y los muchos marcos existentes. De algún modo el feminismo occidental (¡pero también el patriarcado occidental!) se presenta como universal, y por lo tanto existirían feminismos “periféricos” y señalados como exóticos (por ejemplo, lo que se ha denominado feminismo islámico, que tiene su contraparte en un patriarcado islámico).

Entonces, si no podemos hablar ni de feminismo universal ni de patriarcado universal, ¿podemos realmente hablar de un concepto generalmente compartido de “mujeres”? Para la autora la respuesta es negativa. Pero considera un error construir al sujeto del feminismo a través de la exclusión de quienes no cumplen las exigencias normativas tácitas del sujeto mismo, esto es, de la mujer.

El orden obligatorio de sexo/género/deseo

En este apartado Judith Butler comenta la clásica distinción entre sexo y género. Según el relato oficial y sistémico, todos y todas tenemos un sexo biológico (o sea, un cuerpo sexuado, unas tienen pechos y vagina y otros tienen pene y barba) y por otro lado un género presumiblemente cultural, pero que encontraría sus límites en el sexo.

Muy bien pero, ¿qué es el sexo? Lo que plantea la autora y que es una de las ideas que la han hecho conocida es lo siguiente: quizás no solo el género sea una construcción social, sino que también el sexo lo es, y más aún, quizás el sexo siempre fue género y por tanto distinguir entre ambas no tendría sentido.

Bajo estas premisas Butler afirma que el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza, sino que el llamado “sexo biológico”, que se presenta como hecho pre-discursivo (también pre-sujeto) y como superficie políticamente neutral sobre la que se levantaría el género cultural, también sería una construcción. Es decir, el sexo biológico (esa idea de que existen hombres y mujeres naturales antes de que se les señale como tal) sería un invento para legitimar la idea de género. Me recuerda a cuando los marxistas hablan de estructura y superestructura. Estos afirman (resumo y caricaturizo) que debemos entender lo cultural y espiritual de una sociedad a partir de su estructura material, y que una cierta estructura da una cierta superestructura, todo esto bajo la premisa causa-efecto que siempre es cuestionable. Pues este sería el discurso de quienes afirman la binaridad de sexo y género: existe una estructura material biológica (¿hormonas, cuerpo, cromosomas…?) y sobre ella inevitablemente se levanta una superestructura, un género femenino o masculino, en función de si la estructura era femenina o masculina. Butler afirma que esa idea es falsa, y que la propia estructura material (el sexo biológico) es una simple invención de una situación supuestamente pre-discursiva, que ni es pre-discursiva ni crea tal o tal otro género.

Género: las ruinas circulares del debate actual

Simone de Beauvoir afirma en El segundo sexo que “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”. ¿Qué hay que entender con esto? Para Butler la filósofa francesa vendría a decir que el género es una norma cultural obligada, pero esa obligación no la crea el sexo (es decir, no es tu sexo biológico lo que te obliga a ser de género masculino o femenino) y no hay nada que nos indique que la persona que se convierta en “mujer” sea necesariamente de sexo femenino. Beauvoir también afirma que “el cuerpo es una situación” (o sea, el cuerpo es un cierto cuerpo, no existe el cuerpo en sí sino que debe ser explicado, significado y señalado) y Butler añade que entonces no podemos aludir a un cuerpo que no haya sido desde siempre interpretado mediante significados culturales, y que por tanto el sexo quizás no cumpla con los requisitos de ser algo pre-discursivo que da pie al género. Es decir, si el cuerpo y el sexo también son construidos (o sea que están llenos de significado) ¿cómo va a ser el cuerpo la base natural y dada que explique el género construido? ¿no habrá que explicar también el origen del sexo biológico?

No se refiere, como se repetirá, evidentemente, a que el cuerpo físico (pechos, vagina, pene etc.) sea una construcción, pues eso sería absurdo, sino a que la manera en que los definimos y constituimos sí lo es. En las propias palabras “pechos, vagina, pene” ya hay un fuerte contenido de género y sexual que no existen antes del sujeto, sino que se constituyen a la vez que este, es decir, tiene que existir una interpelación cultural que llene dichos significantes. Butler nos adelanta que “de hecho se demostrará que el sexo, por definición, siempre ha sido género”.

Vemos aquí la dicotomía kantiana (recuperada por tantos pensadores) entre fenómeno y noúmeno. El noúmeno sería la realidad en sí, la esencia última de la realidad objetiva. El fenómeno en cambio es la realidad tal y como se nos aparece dado nuestro carácter de ser humano (con un cerebro, unos ojos y un cuerpo determinado) y cultural (con una red de significantes y significados que depositamos en el mundo y que configura la propia realidad). Habría que hacer pues una distinción entre mundo y realidad, siendo el primero el mundo tal cual es realmente y la segunda el mundo en sentido heideggeriano, una red de significados que varían según la cultura, grupo e incluso individuo.

Desde la postura del género como una construcción cultural que se levanta sobre un cuerpo masculino o femenino se da por hecho que el cuerpo es un medio pasivo, un instrumento o medio con el cual se relaciona solo externamente un conjunto de normas y significados culturales. Digamos que para ellos el cuerpo masculino o femenino existen per se, antes de cualquier cultura y señalamiento. Pues bien, Butler da un giro a esta propuesta al advertir que ese cuerpo supuestamente “objetivamente masculino/femenino” también está construido.

Teorizar lo binario, lo unitario y más allá

Habla aquí Butler de las distintas posiciones de dos autoras feministas, Beauvoir e Irigaray, con respecto a la asimetría de género.

Acto seguido vuelve a atacar la categoría “mujeres” como algo incapaz de abarcar a todas las “mujeres”, y la falsedad de la creencia de un feminismo universal y de un patriarcado universal. “La crítica feminista, dice Butler, debe explicar las afirmaciones totalizadoras de una economía significante masculinista, pero también ser autocrítica respecto de las acciones totalizadoras del feminismo”. Explica además que insistir en la coherencia y unidad de la categoría de las mujeres ha negado, en efecto, la multitud de intersecciones culturales, sociales y políticas en que se construye el conjunto concreto de ‘mujeres’. La obsesión del feminismo por crear una unidad de acción y demanda ha llevado a que se cree una identidad “mujer” obviamente dentro de los límites culturales patriarcales que no puede tener como fin la ampliación de los conceptos existentes de identidad. Como ya comentábamos, el feminismo toma como sujeto de la acción a la “mujer”, pero este concepto es precisamente una creación del régimen cultural contra el cual el feminismo lucha.

La propuesta alternativa de Butler es una coalición abierta que “cree identidades alternadamente” y que permita múltiples coincidencias y discrepancias sin obediencia a un objetivo normativo de definición cerrada. El movimiento feminista sería pues un amasijo de identidades sin un significante principal que las envuelva.

Identidad, sexo y la metafísica de la sustancia

Aquí la filósofa carga contra la idea de identidad como algo continuo y coherente, pues los conceptos de coherencia y unidad son normas de inteligibilidad socialmente instauradas, no rasgos lógicos de la persona. Es decir, la idea de que una persona tenga ciertos rasgos fijos o sea una cosa (por ejemplo, mujer u hombre) es una forma que tenemos de entender al sujeto, de ordenarnos la realidad, pero no es en ningún caso algo real ni lógico. Butler llama la atención aquí sobre las personas de sexo o género fluido, que no se corresponden con las normas culturales imperantes mediante las cuales definimos a las personas.

Se prohíben pues, en nuestras sociedades, la discontinuidad y el caos de la persona. Se apela a una unidad personal, y se instaura una coherencia y una continuidad entre sexo, género, práctica sexual y deseo. Lo normal de alguien con pene es que sea un hombre, que sea masculino, que le gusten las prácticas sexuales masculinas y que desee a la mujer. No se admitiría por tanto a una persona con pene que se sintiera mujer y a la que le gustasen tanto mujeres como hombres, por poner un ejemplo. Es que esto rompería la unidad y coherencia de la identidad.

La idea de consecuencia es una relación política de vinculación creada por leyes culturales. Un ser con pene es consecuentemente un hombre y consecuentemente le gustan las mujeres. Hay una lógica, es como si de un rasgo saltásemos obligatoriamente a otro, y como si solo existiese un camino. Esa idea de que un rasgo lleva a otro es una arbitrariedad cultural según Butler. Nacer con pene no te hace hombre, ser hombre no hace que te gusten las mujeres. En cuanto se deja algo de libertad social y se relajan las normas de género y sexualidad vemos aparecer a no pocas personas que no encajan en los esquemas binarios (hombre/mujer, heterosexual/no-heterosexual…) y a otros tantos que contestan la masculinidad y la feminidad.

Nietzsche , en su obsesiva crítica a la metafísica, llegó a enunciar el concepto de “metafísica de la sustancia”. Todas las categorías psicológicas (el yo, el individuo, la persona…) serían causadas por la ilusión de una identidad sustancial. Esto tiene una implicación importante: el sujeto, el yo, el individuo, serían tan sólo falsos conceptos que vienen de una ficción lingüística. Esta ficción lingüistica es la idea de sujeto y predicado, una estructura que, condiciona nuestra visión del mundo. Entonces, ¿qué somos? Somos lo que hacemos. No existe un yo que haga, existen actos, existe el hacer. Ese sujeto previo al actuar es metafísico.

Butler lleva esto al género y establece una de sus más famosas ideas: el género es un acto performativo. “El género conforma la identidad que se supone que es”, dice la autora. El género (ser hombre o ser mujer) es un mero hacer, pero no un hacer por parte de un sujeto previo a la acción, sino que el sujeto es mientras hace. Por decirlo simplemente: eres hombre cuando actúas como un hombre. Si Beauvoir dice que la mujer no nace, sino que se hace, Butler diría que la mujer no nace, sino que hace.

Lenguaje, poder y estrategias de desplazamiento

Aquí la autora nos presenta un debate entre dos feministas ya mencionadas: Wittig e Irigaray. Para la primera el lenguaje es un instrumento que en ningún caso es misógino per se, en su estructura, pero que lo es en un sistema patriarcal. Sin embargo Irigaray opina que si queremos evitar la “marca de género” (ser señalados binariamente como estando en uno u otro género) debemos crear “otro lenguaje” o economía significante. También hace referencia al papel del psicoanálisis en la construcción de la binaridad de género.

También explica Butler que su objetivo es entender cómo se hace aceptable esta relación binaria de los géneros y cómo hacen de una construcción cultural algo “real” y natural. Dicho sea de paso, según la autora no podemos afirmar que el género es falso por ser construido. La construcción social no equivale a falsedad, pues eso daría pie a pensar en una “verdad de género” (la expresión es mía) sobre la cual se levantaría algo artificial. Y no olvidemos que lo discursivo, que la construcción cultural, ¡es la propia realidad! No hay nada más allá de la construcción, o al menos nada “verdadero”, pues “las configuraciones culturales ocupan el lugar de lo real”.

Y para finalizar el capítulo vuelve a referirse a la famosa afirmación de Beauvoir de que no se nace mujer sino que se llega a serlo, y añade que esa idea implica que “mujer es un término en procedimiento, un convertirse, un construirse del que no se puede afirmar tajantemente que tenga inicio o final”. Pese a que vemos el género como algo congelado (“ella es una mujer”) en realidad esto es “una ficción maliciosa”, pues el género, recordemos, es un actuar constante y que por ello está abierto a la intervención y a la resignificación.


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