sábado, 16 de marzo de 2019

La larga duración - Fernand Braudel

Hoy en día, las ciencias sociales se pelean por las fronteras que puedan o no existir entre ellas. El deseo de afirmarse frente a los demás da forzosamente pie a nuevas curiosidades: las ciencias sociales se imponen las unas a las otras; cada una de ellas intenta captar lo social en su “totalidad” cada una de ellas se entromete en el terreno de sus vecinas, en la creencia de permanecer en el propio. La historia acepta todas las lecciones que le ofrece su múltiple vecindad y se esfuerza por repercutirlas.

Las demás ciencias sociales están bastante mal informadas de la crisis que la historia ha atravesado en el curso de los veinte o treinta últimos años y tienen tendencia a desconocer un aspecto de la realidad social del que la historia es buena servidora: la duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres que no son únicamente la sustancia del pasado, sino también la materia de la vida social actual. Para nosotros, nada hay más importante en el centro de la realidad social que esta viva e íntima oposición, infinitamente repetida, entre el instante y el tiempo lento en transcurrir. Tanto si se trata del pasado como si se trata de la actualidad, una consciencia neta de esta pluralidad del tiempo social resulta indispensable para una metodología común de las ciencias del hombre.

HISTORIA Y DURACIONES


Todo trabajo histórico descompone al tiempo pasado y escoge entre sus realidades cronológicas según preferencias y exclusivas más o menos conscientes. La historia tradicional se enfoca en el tiempo breve, el individuo y el acontecimiento. La nueva historia económica y social coloca en primer plano de su investigación la oscilación cíclica y apuesta por su duración. De esta forma, existe hoy, junto al relato tradicional, un recitativo de la coyuntura que para estudiar al pasado lo divide en amplias secciones: decenas, veintenas o cincuentenas de años. Muy por encima de este segundo recitativo se sitúa la historia de larga, incluso de muy larga, duración.

El acontecimiento se encuentra encerrado, aprisionado, en la corta duración: el acontecimiento es explosivo, tonante. Un acontecimiento puede, en rigor, cargarse de una serie de significaciones y de relaciones. Testimonia a veces sobre movimientos muy profundos. Extensible hasta el infinito, se une a toda una cadena de sucesos, de realidades subyacentes. El pasado está, pues, constituido en una primera aprehensión por estos hechos de tiempo corto. Pero esto no constituye toda la realidad. El tiempo corto es la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones. Este es el motivo de que exista entre los historiadores una fuerte desconfianza hacia la historia tradicional, la historia de los “acontecimientos”.

Es un hecho que la historia de los últimos cien años, centrada en su conjunto sobre el drama de los “grandes acontecimientos”, ha trabajado en y sobre el tiempo corto. El descubrimiento masivo del documento ha hecho creer al historiador que en la autenticidad documental estaba contenida toda la verdad y que había que leer un documento tras otro para asistir a la reconstitución automática de la cadena de los hechos.

La nueva historia económica y social que ofrece a nuestra elección una decena, veintena o cincuentena de años, debería haber conducido, lógicamente por su misma superación, a la larga duración. Por multitud de razones, esta superación no siempre se ha llevado a cabo y asistimos hoy a una vuelta al tiempo corto.

La estructura es la que domina los problemas de larga duración. Los observadores de lo social entienden por estructura una organización, una coherencia, unas relaciones suficientemente fijas entre realidades y masas sociales. Para los historiadores, una estructura es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Constituyen sostenes y obstáculos. En tanto que obstáculos, se presentan como límites de los que el hombre y sus experiencias no pueden emanciparse.

Entre los diferentes tiempos de la historia, la larga duración se presenta como un personaje complejo, con frecuencia inédito. Para el historiador, aceptarla equivale a prestarse a un cambio de estilo, de actitud, a una inversión de pensamiento, a una nueva concepción de lo social. Equivale a familiarizarse con un tiempo frenado, a veces incluso en el límite de lo móvil. La totalidad de la historia puede ser replanteada como a partir de una

infraestructura en relación a estas capas de historia lenta. Todos los niveles, todos los miles de niveles, todas las miles de fragmentaciones del tiempo de la historia, se comprender a partir de esta profundidad, de esta semiinmovilidad.

Para Braudel, la historia es la suma de todas las historias posibles: una colección de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy y de mañana. El único error, a su modo de ver, radicaría en elegir una de estas historias a expensas de las demás. En ello ha consistido el error historizante.

LA CONTROVERSIA DEL TIEMPO CORTO


Se impone admitir que las ciencias sociales tienen siempre tendencia a prescindir de la explicación histórica; se evaden de ello mediante dos procedimientos casi opuestos: el uno “sucesualiza” o “actualiza” en eceso los estudios sociales, mediante una sociología empírica que desdeña a todo tipo de historia y que se limita a los datos del tiempo corto y del trabajo de campo el otro rebasa simplemente al tiempo, imaginando en el término de una “ciencia de la comunicación” una formulación matemática de estructuras casi intemporales.

Braudel desconfía de una historia que se limita simplemente al relato de los acontecimientos o sucesos. Si la observación se limita a la estricta actualidad, la atención se dirigirá hacia lo que se mueve deprisa, hacia lo que sobresale con razón o sin ella, hacia lo que acaba de cambiar, hace ruido o se pone inmediatamente de manifiesto. No hay que pensar tan solo en el tiempo corto, no hay que creer que solo los sectores que meten ruido son los más auténticos, también los hay silenciosos.

COMUNICACIÓN Y MATEMÁTICAS SOCIALES

La historia inconsciente es la historia de las formas inconscientes de lo social. Los hombres hacen la historia pero ignoran que la hacen. La historia inconsciente existe a una cierta distancia, un inconsciente social. Este inconsciente es considerado como más rico científicamente que la superficie relampagueante a la que están acostumbrados nuestros ojos. La historia inconsciente (terreno a medias del tiempo coyuntural y terreno por excelencia del tiempo estructural) es con frecuencia más netamente percibida de lo que se quiere admitir.

Los modelos han sido contruidos como instrumentos de conocimiento e investigación. Los modelos no son más que hipótesis, sistemas de explicación sólidamente vinculados según la forma de la ecuación o de la función. Una determinada realidad solo aparece acompañada de otra, y entre ambas se ponen de manifiesto relaciones estrechas y constantes. El modelo establecido con sumo cuidado permitirá encausar, además del medio social observado, otros medios sociales de la misma naturaleza, a través del tiempo y el espacio. Estos sistemas de explicaciones varían hasta el infinito según el temperamento, el cálculo o la finalidad de los usuarios: simples o complejos, cualitativos o cuantitativos, estáticos o dinámicos, mecánicos o estadísticos. Lo esencial consiste en precisar, antes de establecer un programa común de las ciencias sociales, la función y los límites del modelo.

Los modelos históricos son fabricados por los historiadores, modelos bastante elementales y rudimentarios que rara vez alcanzan el rigor de una verdadera regla científica y que nunca se han preocupado de desembocar en un lenguaje matemático revolucionario, pero que, no obstante, son modelos a su manera.

Se puede pasar directamente del análisis social a una formulación matemática. Con los hechos de necesidad se pasa al campo de las matemáticas tradicionales; con los hechos aleatorios, al campo del cálculo de probabilidades; con los hechos condicionados (ni determinados ni aleatorios pero sometidos a ciertas coacciones, a reglas de juegos), se pasa a las matemáticas cualitativas.

Los modelos tienen una duración variable: son válidos mientras es válida la realidad que registran. Para el observador de lo social, este tiempo es primordial, puesto que más significativa aún que las estructuras profundas de la vida son sus puntos de ruptura, su brusco o lento deterioro bajo el efecto de presiones contradictorias. La investigación debe hacerse volviendo continuamente de la realidad social al modelo y de este a aquella. De esta

forma, el modelo es sucesivamente ensayo de explicación de la estructura, instrumento de control, de comparación, verificación de la solidez y de la vida misma de una estructura dada.

Los modelos que Claude Leví-Strauss llama mecánicos son establecidos a partir de grupos estrechos en los que cada individuo es directamente observable y en los que una vida social muy homogénea permite definir con toda seguridad relaciones humanas simples y concretas y poco variables.

Los modelos llamados estadísticos se dirigen a las sociedades amplias y complejas en las que la observación solo puede ser dirigida a través de las medias, de las matemáticas tradicionales. Una vez establecidas estas medias, si el observador es capaz de establecer, a escala de los grupos, esas relaciones de base, nada impide recurrir a las matemáticas cualitativas.

TIEMPO DEL HISTORIADOR, TIEMPO DEL SOCIÓLOGO


Braudel afirma que la concepción del tiempo entre sociólogos e historiadores defiere. Para los primeros es mucho menos imperativo, menos concreto y no se encuentra nunca en el corazón de sus problemas y de sus reflexiones; los segundos no se evaden nunca del tiempo de la historia, éste se adhiere a su pensamiento.

Para los sociólogos, el tiempo social es una dimensión particular de una realidad social determinada: es interior a la realidad de la que constituye uno de los aspectos o particularidades que la caracterizan como ser particular. Al sociólogo no le estorba este tiempo, que se presta a ser administrado a su voluntad, mientras que el tiempo de la historia se presta menos al doble juego de la sincronía y la diacronía.

Para el historiador, todo comienza y termina por el tiempo imperioso e irreversible del mundo, que parece exterior a los hombres y les arranca de sus tiempos particulares. El tiempo del historiador es medida.

En la trayectoria de las exigencias del historiador, éstos aspiran a conocer la duración precisa de los movimientos, positivos o negativos. Lo que le interesa a un historiador es la manera en que se entrecruzan estos movimientos de las estructuras concomitantes, su interacción, integración y sus puntos de ruptura, los que se pueden registrar con relación al tiempo uniforme de los historiadores y no con relación al tiempo social multiforme de los fenómenos. La animadversión que los sociólogos experimentan no va dirigida contra la historia, sino contra el tiempo de la historia; imposición de la que ningún historiador logra escapar mientras que los sociólogos se escabullen prestando atención ya sea a los fenómenos de repetición, o bien en lo más episódico o en la más larga duración.

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