sábado, 16 de marzo de 2019

Las mentalidades, una historia ambigua - Jacques Le Goff

UNA HISTORIA ENCRUCIJADA

La primera atracción de la historia de las mentalidades está precisamente en su imprecisión, en su vocación por designar los residuos del análisis histórico. Mentalidad recubre pues un más allá de la historia, pretende satisfacer las curiosidades de historiadores decididos a ir más lejos.

El historiador de las mentalidades se aproximará, pues, al etnólogo, intentando alcanzar como él el nivel más estable, más inmóvil de las sociedades. Próximo al etnólogo, el historiador de las mentalidades tiene que doblarse también de sociólogo. Su objeto, de buenas a primeras, es lo colectivo. La mentalidad de un individuo histórico es justamente lo que tiene en común con otros hombres de su tiempo.

El historiador de las mentalidades se encuentra de forma particular con el psicólogo social. Las nociones de conducta o de actitud son para uno y otro esenciales. Uno de los intereses de la historia de las mentalidades son las posibilidades que ofrece a la psicología histórica de vincularse a otra gran corriente de la investigación histórica hoy: la historia cuantitativa. La historia de las mentalidades puede, con ciertas adaptaciones, utilizar los métodos cuantitativos puestos a punto por los psicólogos sociales.

Además de sus lazos con la etnología, la historia de las mentalidades podrá disponer de otro gran arsenal de las ciencias humanas actuales: los métodos estructuralistas, pues la mentalidad es una estructura.

Pero la historia de las mentalidades no se define solamente por el contacto con las demás ciencias humanas y por la emergencia de un dominio reprimido por la historia tradicional. Es también el lugar de encuentro de exigencias opuestas que la dinámica propia de la investigación histórica actual fuerza al diálogo. Se sitúa en el punto de conjunción de lo individual con lo colectivo, del tiempo largo y de lo cotidiano, de lo inconsciente y lo intencional, de lo estructural y lo coyuntural, de lo marginal y lo general. El nivel de la historia de las mentalidades es el de lo cotidiano y de lo automático, lo que escapa a los sujetos individuales de la historia porque es revelador del contenido impersonal de su pensamiento.

El discurso de los hombres no es, a menudo, más que un montón de ideas prefabricadas, de lugares comunes, de restos de culturas y mentalidades de distinto origen y tiempo diverso. De ahí el método que la historia de las mentalidades impone al historiador: una investigación arqueológica, primero, de los estratos y fragmentos de arqueopsicología. Luego, el desciframiento de sistemas psíquicos próximos al bricolaje intelectual.

Lo que parece falto de raíz, nacido de la improvisación y del reflejo, gestos maquinales, palabras irreflejas, viene de lejos y atestigua la prolongada resonancia de los sistemas de pensamiento. La historia de las mentalidades obliga al historiador a interesarse más de cerca por algunos fenómenos esenciales de su dominio: las herencias cuya continuidad enseña su estudio, las pérdidas, las rupturas, la tradición, las formas en que se reproducen mentalmente las sociedades, los desfases, producto del retraso de los espíritus en adaptarse al cambio y de la rapidez desigual de evolución de los distintos sectores de la historia. La mentalidad es lo que cambia con mayor lentitud. Historia de las mentalidades, historia de la lentitud en la historia.

JALONES PARA LA HISTORIA DE LA GÉNESIS DE LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES

La mentalidad designa la coloración colectiva del psiquismo, la forma particular de pensar y sentir de «un pueblo, de cierto grupo de personas, etc,».

Para la etnología, mentalidad designa a fines del siglo XIX y a principios del XX el psiquismo de los «primitivos» que aparece al observador como un fenómeno colectivo (en el seno del cual un psiquismo individual es indiscernible) y propio de individuos cuya vida psíquica está hecha de reflejos, de automatismos, se reduce a un mental colectivo que excluye prácticamente la personalidad.

Para la psicología del niño, este es un menor mentalmente. La mentalidad no desempeña prácticamente ningún papel en psicología, no forma parte del vocabulario técnico del psicólogo.

Lévy‐Bruhl afirmaba que no había diferencia de naturaleza entre la mentalidad de los primitivos y la de los miembros de las sociedades evolucionadas. Y es verdad que el historiador de las mentalidades persigue a estas en las aguas turbias de la marginalidad, de la anormalidad, de la patología social. La mentalidad parece revelarse de preferencia en el dominio de lo irracional y de lo extravagante. De ahí la proliferación de estudios sobre la brujería, la herejía, el milenarismo. De ahí, cuando el historiador de las mentalidades pone su atención en sentimientos comunes o grupos sociales integrados, su elección, voluntaria, de temas límites (las actitudes frente al milagro o la muerte) o de categorías incipientes.

LA PRÁCTICA DE LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES Y SUS TRAMPAS

Hacer historia de las mentalidades es, ante todo, operar una cierta lectura de un documento, sea cual sea. Todo es fuente, para el historiador de las mentalidades. La lectura de los documentos se aplicará sobre todo a las partes tradicionales, casi automáticas, de los textos y los monumentos.

La historia de las mentalidades tiene sus fuentes privilegiadas, las que, más y mejor que otras, introducen a la psicología colectiva de las sociedades. Están primero los documentos que atestiguan estos sentimientos, estos comportamientos paroxísticos o marginales que, por su separación, aclaran la mentalidad común. Por ejemplo, en la Edad Media, la hagiografía. Otra categoría de fuentes privilegiadas para la historia de las mentalidades, la constituyen los documentos literarios y artísticos. Historia, no de los fenómenos «objetivos», sino de la representación de estos fenómenos, la historia de las mentalidades se alimenta naturalmente de los documentos de lo imaginario. Pero la literatura y el arte vehiculan formas y temas venidos de un pasado que no es forzosamente el de la conciencia colectiva. Las obras literarias y artísticas obedecen a códigos más o menos independientes de su medio ambiente temporal.

Importa no separar el análisis de las mentalidades del estudio de sus lugares y medios de producción. Febvre dio el ejemplo de inventarios de lo que él llamaba el utillaje mental: vocabulario, sintaxis, lugares comunes, concepciones del espacio y el tiempo, cuadros lógicos.

Las mentalidades mantienen con las estructuras sociales relaciones complejas, pero sin estar separadas de ellas. La coexistencia de varias mentalidades en una misma época y en un mismo espíritu es uno de los datos delicados, pero esenciales de la historia de las mentalidades. Luis XI, que en política da muestras de mentalidad moderna, «maquiavélica», en religión manifiesta una mentalidad supersticiosa muy tradicional.

La historia de las mentalidades no tiene que ser ni el renacimiento de un espiritualismo superado ni el esfuerzo de supervivencia de un marxismo vulgar que buscaría en ella la definición barata de superestructuras nacidas mecánicamente de las infraestructuras socioeconómicas. La mentalidad no es reflejo. La historia de las mentalidades tiene que distinguirse de la historia de las ideas contra la cual también en parte nació. La historia de las mentalidades no puede hacerse sin estar estrechamente ligada a la historia de los sistemas culturales, sistemas de creencias, de valores, de equipamiento intelectual en el seno de las cuales se elaboran, han vivido y evolucionado.

Este vínculo con la historia de la cultura tiene que permitir a la historia de las mentalidades evitar otras trampas epistemológicas. Ligada a los gestos, a las conductas, a las actitudes, la historia de las mentalidades no tiene que verse atrapada por un behaviorismo que la reduciría a automatismos sin referencia a unos sistemas de pensamiento.

Eminentemente colectiva, la mentalidad parece sustraída a las vicisitudes de las luchas sociales. Pero sería craso error separarla de las estructuras y la dinámica social. Es elemento capital de las tensiones y las luchas sociales. La historia social está jalonada de mitos en que se revela la parte de las mentalidades en una historia que no es ni unánime ni inmóvil. Hay mentalidades de clase al lado de mentalidades comunes.

La historia de las mentalidades está en vías de establecerse en el campo de la problemática histórica.


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