sábado, 16 de marzo de 2019

Introducción sobre la escuela de Anales


Las historiografía francesa antes de Anales

La historiografía historicista francesa, llamada “Escuela Metódica”, reforzó su posición con las aportaciones de dos profesores de Historia de la Universidad de París, ​Charles Victor Langlois​ y ​Charles Seignobos​, frente al nacimiento de nuevas ciencias sociales y a las críticas realizadas por los sociólogos, encabezados por ​Émile Durkheim​. La Escuela Metódica tenía las siguientes características comunes con el Historicismo alemán:

● Profesionalización de la historia.

● Conversión en una disciplina académica.

● Defensa del carácter científico de la Historia.

● Reducción del objeto de estudio a la historia política, diplomática y militar.

● Método de análisis basado en la crítica y la utilización de fuentes documentales.

● Estilo narrativo de descripción cronológica de hechos, con notas sobre las fuentes.

● Utilización política y pedagógica.

● Pretensión de objetividad.

Influencias para Anales

-La escuela geográfica de Paul Vidal de La Blache: Para Vidal el objeto de la geografía era la relación hombre-naturaleza. Al hombre lo considera un ser activo, que sufre la influencia del medio, actuando sobre este y transformándolo. Bajo esta perspectiva la naturaleza se considera como un conjunto de posibilidades para la acción del hombre. 

-La​Revista de la Síntesis Histórica ​ (Revue de Synthèse Historique) de Henri Berr: El objetivo de Berr era encaminar a la historia para el lado de las representaciones mentales. Hizo énfasis en la necesidad de incluir los factores psicológicos en los estudios históricos, para mejorar la explicación de los acontecimientos del pasado. (Esta propuesta tuvo influencia en la historia de las mentalidades). En esta revista participaron Bloch y Febvre. Diálogo entre la historia y la psicología para estudiar los fenómenos de la psicología colectiva (social). 

-Durkheim y su sociología: era el director de la revista​El año sociológico (L'Année Sociologique) y quería transformar a la sociología en una ciencia social que unificara a todas las otras ciencias sociales. Su revista entra en diálogo con las otras disciplinas y en un diálogo tenso y conflictivo con la Historia.

Creación de Anales La revista ​Annales ​ fue creada en 1929. Los años previos a tal fecha, la situación política europea fue bastante agitada. Iniciado el período de entreguerras, los distintos países europeos se estaban restableciendo política, social y económicamente de la destrucción ocasionada por la ​Primera Guerra Mundial​. En 1929, un pequeño grupo de historiadores radicales, a cuya cabeza estaban ​Marc Bloch​ y ​Lucien Febvre​, fundó en ​Estrasburgo​ la revista ​xxvf d5nznf .bzxzwnf f Lzbnvf ​ , en torno a la cual se desarrolló la corriente historiográfica llamada de los Annales. La revista ​Annales d’histoire économique et sociale ​ (1929-1937) cambió de ​denominación​ varias veces y en la actualidad, se denomina ​Annales. Histoire, Sciences Sociales ​ (1994-). Diversas motivaciones y objetivos justificaron la creación de la revista:

● La renovación de los estudios históricos tradicionales (Escuela Metódica), que prevalecían en la Francia de inicios del siglo XX.

● La promoción del ejercicio libre de la crítica.

● La difusión del conocimiento histórico.

● La búsqueda de respuestas para la situación trágica que vivían los pueblos de los distintos países europeos y del resto del mundo tras la Primera Guerra Mundial.

Primera generación (1929-1946)

Lucian Febvre y Marc Bloch fundaron la revista Annales. Esta fase/generación estaba conformada por un grupo pequeño de historiadores e intelectuales, era un grupo contestatario con ambición de poder. Eran claramente anti-acontecimentales. Bloch y Febvre plantearon una ​nueva línea historiográfica​, dando un nuevo significado a la labor del historiador e introduciendo cambios e innovaciones en la forma de escribir la historia y en sus contenidos y objetos de estudio. Marcados por la catástrofe de la guerra, afirmaron que el sentido primordial del ​trabajo del historiador​ había de ser comprender y hacer comprender los motivos profundos de los movimientos sociales. La nueva corriente que encabezaron introdujo un buen número de ​cambios e innovaciones en la historiografía​: ● Carácter más analítico que narrativo.

● Interpretación de procesos históricos y no de sucesos simples e individuales.

● Ampliación de la perspectiva temporal en el análisis histórico; no se limitan a analizar sucesos de forma independiente; para descubrir cambios históricos, comparan hechos e ideas extraídas de distintos momentos, incluso de distintos decenios o siglos.

● Rechazo del protagonismo de la política, la diplomacia y los hechos bélicos, típico de la práctica historiográfica de los historiadores historicistas.

● Enriquecimiento de la comprensión del pasado y de la construcción histórica con las aportaciones de otras ciencias, como la geografía, la antropología, la economía, el derecho, la literatura, la sociología o la psicología.

● Inicio del estudio de los pueblos; la historia no es solo consecuencia de las acciones y decisiones de los hombres eminentes.

● Estudio del contexto social de los protagonistas de la historia para comprender mejor sus movimientos.

● Aplicación del método crítico a las fuentes (no solo las documentales).

● Utilización de analogías para descubrir semejanzas y diferencias entre los rasgos característicos de una cultura (como la religión, las costumbres, el manejo del lenguaje, o las visiones antropológica y cosmogónica, entre otros), o de las culturas entre sí.

Bloch y Fabvre insisten sobre la necesidad de estudiar prioritariamente la historia de los grupos sociales y las fuerzas colectivas. Promueven la historia económica y social. Se concibe una interdisciplinariedad para multiplicar los modos de aproximación a la realidad social y para derribar las barreras entre las diferentes disciplinas.

En esta primera generación se incita al historiador a recordar que no debe dejarse absorber por el pasado porque no le permitirá ver cómo viven los otros hombres. Es necesario romper con el discurso profético que ve en el pasado el anuncio y la preparación inevitable del presente. Bloch y Febvre quieren invertir la relación entre el pasado y el presente. Es necesario partir del presente en lugar de descender lentamente hacia él, convertirse en analista y no en profeta. El historiador, como los otros especialistas en ciencias sociales, solo puede responder a las peguntas que le plantea la sociedad en la que vive. De esta manera, el método de investigación debe ser la historia-problema, partir de un problema actual e interrogar a través de él la experiencia histórica.

Segunda generación (1945-1968/70)


Tras la muerte de Marc Bloch en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, será Febvre quien consolida la revista Annales. Conjuntamente, aquí empieza la labor de otros historiadores, fundamentales en la historiografía del siglo XX, como pueden ser Fernand Braudel y Ernest Labrousse. Tras la muerte de Febvre, será Braudel el que tome la dirección de la revista.

Contribuciones de Braudel:

-Énfasis en los factores económicos y sociales en la construcción histórica; escaso interés por las mentalidades o la religión.

-Integración del espacio en el discurso histórico como protagonista de la Historia (influido por la concepción geográfica de sus maestros del período de entreguerras, como Vidal de la Blache).

-Introducción en la historiografía de una nueva visión del tiempo histórico, que tiene tres niveles o duraciones: ​

  • Duración larga. Es la historia estructural. Analiza el ritmo casi inmóvil, puesto que la estructura es una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar, por lo que tienen una estabilidad grande en el tiempo que puede abarcar varios siglos. Constituyen sostenes y obstáculos. La geografía es el mejor ejemplo de larga duración.  ​
  • ​Duración mediana. Es la historia coyuntural. Es empleado principalmente en la historia social y económica. El tiempo medio se corresponde con los ciclos socioeconómicos (la evolución de los precios, las tendencias demográficas, el movimiento de los salarios). Es el “tiempo social” en el que se producen los cambios de los fenómenos demográficos y económicos. Al tiempo lo divide en amplias secciones como decenas, veintenas o cincuentenas de años. ​​
  • Duración corta. Es la historia episódica. Hace referencia a los acontecimientos, la política y los hombres. Es la historia política, factual, de los acontecimientos, a la medida de los individuos. 

-Importancia de la larga y la media duración. Para poder comprender la historia es necesario el estudio de los grandes procesos en la larga duración, o en menor medida, de las coyunturas. Braudel desprecia la historia episódica.

- Influido por el antropólogo Claude Lévi-Strauss, cree que los fenómenos estructurales son los tienen una influencia mayor y más duradera sobre la vida de las sociedades.

-Perspectiva anti-historicista. Relega a un segundo plano el estudio de los acontecimientos concretos y de los protagonistas individuales (corta duración) y prioriza el estudio de las sociedades desde una perspectiva global formada a lo largo de los siglos (mediana duración), en el contexto del entorno habitado por las sociedades (larga duración).

-Desarrollo de una historia “total”, “globalizante” o “totalizante”. Tiene este calificativo porque estudia todas las manifestaciones humanas acontecidas en todos los períodos históricos, rompiendo las divisiones de la Prehistoria y de la Historia.

-Del marxismo reconoció el genio de Marx, que fue el primero en construir verdaderos modelos sobre la base de la larga duración histórica.

A Braudel se le critica ser excesivamente determinista: el hombre es aprisionado por su destino, del que poco puede hacer para librarse.

Tercera generación (1970-algunos hasta hoy; Aguirre Rojas dice que hasta 1989) A comienzos de los años 70 del siglo XX, Fernand Braudel se retiró de la revista ​Annales ​ por discrepancias internas. Su salida dio inicio a la tercera generación de historiadores de esta escuela historiográfica.

En esta generación, prevalece un policentrismo. Algunos miembros del grupo llevan aún más lejos el programa de Lucien Febvre y amplían las fronteras de la historia hasta abarcar la niñez, los sueños, el cuerpo y aun los olores y perfumes. Otros han vuelto a la historia política y a la historia de los acontecimientos. Algunos continúan practicando la historia cuantitativa, otros reaccionan contra ella. Esta Generación es la primera en incluir mujeres.

Otra diferencia entre esta generación y las anteriores de Anales es su apertura a ideas traídas de afuera de Francia. A su modo, estos estudiosos han intentado realizar una síntesis entre la tradición de Annales y la tendencia intelectual americana como la psicohistoria, la nueva historia económica, la historia de la cultura popular, la antropología simbólica, etc. Fruto de esa tercera generación es la acuñación de la expresión ​Nouvelle Histoire ​ (Nueva Historia), con el propósito de resaltar una nueva perspectiva historiográfica, basada en el análisis de las mentalidades en tiempos “largos” (las representaciones colectivas y las estructuras mentales de las sociedades) utilizando métodos de la antropología. Por ello, también ha sido denominada antropología histórica. La palabra “mentalidad” fue utilizada como un ​término descriptivo​ que aludía a un amplio y poco preciso ámbito de estudio, en el que se incluían los comportamientos, los gestos cotidianos, el inconsciente, las emociones, las creencias populares, las formas de conciencia, las estructuras ideológicas o los imaginarios sociales, entre muchos otros elementos posibles. Ello llevó al propio ​Jacques Le Goff​ -uno de los principales representantes de la tendencia- a afirmar que se trataba de una historia ambigua. Se produce un retorno a la historia política, dejada de lado y menospreciada por las dos generaciones anteriores, y es con la tercera generación que el tipo de historia asociada a Anales se vuelve famosa. A partir de los 80, algunos miembros de anales participan regularmente en los programas radiofónicos y televisivos, escriben para diarios y revistas. Los programadores televisivos y editores pensaron que había una demanda de historia en general pero en particular de la historia sociocultural de Anales.


¿Qué le deben los historiadores a Karl Marx? - Eric Hobsbawm

Siguiendo a nuestro autor, primero veremos el estado disciplinar “atrasado” de la ciencia histórica durante el siglo XIX, con su característico sesgo institucional y positivista, sus metodologías empleadas, para luego adentrarnos en las grandes transformaciones de la historia, a partir de la gran influencia que tuvo el marxismo en las ciencias sociales y en la historia. Veremos los dos tipos de influencia marxista, el marxismo llamado “vulgar” (que constituyo la aportación del marxismo a las ciencias sociales, como análisis de la sociedad en general) y los análisis de los procesos históricos de cambio (que constituyo para Hobsbawm, el verdadero y principal valor de Marx, para los historiadores).

El estado de la disciplina académica de la historia, en la primera mitad del siglo XIX
Según la apreciación de Hobsbawm, en plena época de grandes logros intelectuales de vital importancia para la civilización burguesa, el estado de la disciplina histórica era bastante atrasado. El punto más alto de este paradigma consistía en la adopción de técnicas de investigación, que ni siquiera eran extraídas del análisis histórico genuino, sino que tomaban prestados sus métodos de análisis, de las ciencias físicas y biológicas. Sin embargo, en su debilidad, que valía más que su fortaleza se escribieron una serie de ensayos mal documentados, especulativos y demasiado generales para poder explicar un proceso histórico complejo. El más avanzado de su generación, para Hobsbawm, fue Leopold von Ranke, que si bien hizo lo correcto al oponerse a la generalización analítica “fácil”, apoyada en medios insuficientes, y al aportar una serie de criterios empíricos para valorar documentos, y técnicas auxiliares para ese mismo fin, sin embargo, ayudo a la rehabilitación de la tendencia oficialista de la historia, un fermento de poder con claro sesgo institucional, que reduce considerablemente la metodología del ámbito de los fenómenos históricos, a los que era posible aplicarles la categoría de documento y los procedimientos analíticos ya mencionados (estos eran, los registros manuscritos de acontecimientos en los que intervinieron conscientemente individuos influyentes). El estado de la ciencia histórica, en lo más elevado de su concepción, cometía dos reduccionismos y generalizaciones que mantenían estancada la disciplina histórica: el método positivista, (1) se presta demasiado fácilmente a la clásica narración cronológica –lo que no constituye ninguna innovación-, y, (2) se centra absolutamente en las historias de la política, la guerra y la diplomacia -poniendo especial atención en sus narraciones a “los reyes”, “las batallas” y “los tratados”-, descuidando aun, las dimensiones sociales y económicas de la historia.

Si bien el positivismo fue la principal corriente científica, en que se apoyaron grandes progresos para la humanidad y el conocimiento científico, el estado de la disciplina histórica era bastante atrasado para la época, con respecto a los avances en otros campos investigativos: las aportaciones a la comprensión humana de la sociedad, pasada y presente, eran insignificantes. Hobsbawm señala en este sentido que “para comprender la sociedad se requiere comprender la historia, (por lo cual) era inevitable que tarde o temprano se encontraran formas más fructíferas de explorar el pasado humano” (pag.149). Las principales debilidades de la disciplina histórica en pleno siglo XIX, que alentaron su transformación durante la segunda mitad del siglo XIX y siglo XX, según Arnoldo Momigliano son: (1) la historia religiosa y política había decaído en forma brusca, donde las historias nacionales se muestran como anticuadas; (2) ya no era habitual utilizar ideas para explicar la historia; (3) las explicaciones predominantes se daban ahora en términos de fuerzas sociales; y (4) con el auge de las guerras mundiales –en la actualidad de Momigliano-, resultaba irrisorio poder hablar de progreso y evolución con sentido, en términos histórico-positivista.

Transformación de la disciplina histórica, en la segunda mitad del siglo XIX

A mediados del siglo XIX, se comienzan a desarrollar intentos de sustituir el marco idealista, sobre el que se había cultivado la historia y la erudición, por otro de carácter materialista, lo que provoca el declive de la historia política y un auge de la historia económica y sociológica: esto se produce a raíz del creciente problema social que surgía a partir del padecimiento de las clases explotadas y proletarias que comenzaban a organizarse contra el poder, en sociedades dominadas por los grandes mercaderes capitalistas y las elites sociales. En este contexto de reflujo de la historia política, surgieron dos corrientes que pretendieron adentrarse en el problema de la comprensión humana de la sociedad: el marxismo y la sociología positivista.

El positivismo de los sociólogos Comte y Spencer, que influenció a cierta corriente de historiadores, en lo metodológico no significo un avance mayor para la disciplina histórica, pues, introducía los conceptos, los métodos y los modelos de las ciencias naturales en la investigación social, y lo hacía aplicando los nuevos descubrimientos de la física (Comte) y la biología (Spencer), que les pareciesen adecuados. Por esta razón, es que lo más cercano a un modelo de cambio histórico en estas teorías sociológicas, es la teoría de la evolución, cuyo modelo se tomaba prestado de la biología y la geología. Además esta corriente, desde 1859, bebió de las aguas darwinismo social, tomando como guía esquemática los postulados de la lucha de las especies, por la lucha en la existencia social, y la supervivencia de los más aptos por la supremacía de las clases dominantes (pág. 150). Sin embargo, al tomar prestados sus conceptos esquemáticos de las ciencias naturales, y al no extraerlos de un análisis propiamente social, la sociología tenia aun poco que decir acerca de los fenómenos que caracterizan a la sociedad humana, y caía fácilmente en opiniones demasiado especulativas (cuando no eran opiniones extraídas de un análisis material de la historia, y solo eran tomadas a partir de modelos), y demasiado metafísicas (cuando lo social era explicado a partir de principios a priori, es decir, previamente establecidos al análisis).

Todos estos elementos coagulantes del positivismo sociológico, no alentaron a una superación de la disciplina histórica, sino que de un lado, fomentaron su estancamiento, mientras que de otro, provocaron la reacción y respuesta de las ciencias sociales con orientación histórica, bajo la influencia creciente del marxismo, que vino a transformar de una vez por todas, las formas del análisis histórico: reorientación de los historiadores hacia las dimensiones de análisis económico y social, una identificación y reconocimiento del mundo popular en la historia.

Marxismo vulgar y análisis histórico marxista

La influencia del marxismo en las ciencias sociales e históricas, es dividida por Hobsbawm en dos corrientes principales, el marxismo vulgar y el análisis histórico marxista propiamente tal. La primera corriente, la del marxismo vulgar consiste en la identificación de los cientistas sociales y los historiadores con algunas ideas-fuerza que han sido asociadas a Marx, pero que necesariamente no representan el pensamiento maduro de este (pág. 152). Estas ideas son las siguientes: (1) la interpretación económica de la historia, que es la creencia de que “el factor económico es el factor fundamental del cual dependen los demás” (R. Stammler); (2) el modelo de base y superestructura, que ha sido tomado como una relación de dominio y dependencia entre una base económica y la superestructura ideologica y jurídica; (3) el interés de clases y la lucha de clases, como mediación entre la relación de dominio entre la base económica y la superestructura; (4) las leyes históricas y la inevitabilidad histórica, que ha sido malinterpretada como una regularidad rígida e impuesta, como una sucesión de formaciones socioeconómicas, cayendo en los mas burdos determinismos mecanicos, que no dejan mas cabida a las diferentes alternativas históricas; (5) temas específicos de la investigación de Marx como son el interés por la historia del desarrollo capitalista y la industrialización; (6) temas específicos que se derivan de los movimientos asociados con la teoría de Marx, como el interés por la agitación de las clases oprimidas; y, (7) observaciones sobre la naturaleza y los limites de la historiografía, que derivan del modelo de base y superestructura, que sirvieron para explicar los motivos y métodos de los historiadores.

De esto se desprende el reconocimiento de que el grueso de la influencia marxista en la historiografía ha sido de carácter marxista vulgar. El efecto principal que ha tenido Marx en la historia y en las ciencias sociales en general, es la teoría de la base y la superestructura, que ha sido tomado como un modelo de sociedad compuesta de diferentes niveles en una jerarquía y modo de interacción (pág. 154). Por el contrario, en opinión de Hobsbawm, el principal valor de Marx para los historiadores de hoy, reside en sus afirmaciones sobre la historia, y no en sus afirmaciones sobre la sociedad en general. A pesar de esto, resulta obvio que Marx creó una teoría estructural-funcionalista, que reconoce a las sociedades como sistemas de relaciones entre seres humanos, que se establecen, voluntaria o involuntariamente, para fines de producción y reproducción social, y en este sentido, el marxismo constituye un análisis de la estructura y del funcionamiento de los sistemas.

Sin embargo, la parte mas importante para la historia y el análisis histórico, no reside en esta teoría estructural-funcionalista, sino que mas bien, se corresponde o encuentra en conexión con la idea de una dinámica social, con la idea de historicidad de las estructuras sociales, concepto que lo opone diametralmente con las demás teorías estructural-funcionalistas, que se constituyen como ahistóricas o anti-históricas, al despreciar el análisis de las dinámicas de cambio social, y reducirlo a un simple evolucionismo abstracto. El marxismo, en su crítica del estructural-funcionalismo, señala que no se puede separar “la estática social” de “la dinámica social”, pues estos desarrollos se presuponen reciprocamente: (a) del descubrimiento de un mecanismo para la diferenciación de varios grupos sociales humanos, (b) surge el propio mecanismo para la transformación de una sociedad en otra, y estos mecanismos de evolución social no son los mismos que los de la evolución biológica, como pretende el positivismo sociológico. Por lo cual, podemos reconocer que el marxismo supera los análisis estructural-funcionalistas históricos al reconocer: (1) la existencia de una jerarquía de fenómenos social, que se despliega desde la base a la superestructura; y (2) que en toda la sociedad existen tensiones internas (contradicciones), que contrarrestan la tendencia del sistema a mantenerse como empresa en marcha.

Para concluir este breve resumen, quisiera terminar señalando que, al confrontar los argumentos puramente ahistóricos de la sociología estructural funcionalista, debemos percatarnos de que este pensamiento se agota en la estática social, y en la negación del cambio evolutivo de las sociedades, que queda reducido a primera vista, a un simple juego de combinaciones y recombinaciones de los elementos sociales existentes, lo que no supondría ninguna orientación histórica posible para el análisis del cambio. Sin embargo, el mismo modelo de la jerarquía de niveles, los modelos de las relaciones sociales de producción, y la persistente existencia de contradicciones internas en las sociedades, permite determinar que la historia posee una dirección, como un mecanismo de cambio, y este es quizás el gran merito de Marx, y el mayor objeto de debate de sus ideas para los historiadores: el que la creciente emancipación del hombre con respecto a la naturaleza, y su creciente capacidad de controlarla por medio de la técnica y su desarrollo, otorga a la historia la orientación e irreversabilidad, que puede plantear una idea de evolución social, que va desde las sociedades precapitalistas a las capitalistas, permitiendo a los historiadores visualizar el sentido de cambio histórico moderno.

Historia de la cultura, historia de las mentalidades - Fontana

En la vieja historia intelectual, la ciencia sólo se podía comprender a partir de la evolución de las corrientes del pensamiento científico. Esto daba lugar a que hubiera una historia de la ciencia, una historia de la tecnología, otra del arte, etc, sin que los académicos relacionaran estos campos para alcanzar una visión homogénea de la cultura. Siempre ha habido también, intentos de una historia social de la cultura bien fundamentada, pero se ha visto sumergida en las simplificaciones de los marxistas vulgares. Por suerte, las viejas corrientes de una historia social de la ciencia siguen frutificando hoy y entienden que la cultura y la ideología son vitales para la esencia misma del cambio histórico.

Gramsci defendió la necesidad de una teoría de la cultura que no se contentase con enlazar en una sola explicación los territorios de la cultura y de la sociedad, sino que se dedicase a estudiar las relaciones cambiantes que siempre han existido entre ellos. Lo que resulta inaceptable es que ese movimiento general que se esfuerza por recuperar para la ciencia histórica el campo de las ideas, los sentimientos y la cultura conduzca a algunos a sostener que lo que conviene hacer ahora es invertir la vieja explicación: a hacer de las representaciones mentales el motor fundamental de la historia, lo que equivale a repetir los mismos errores de enfoque mecanicista del pasado.

Fontana se refiere a la historia de las mentalidades, habla de que existe el riesgo de perderse en una fragmentación que supone la existencia en él de niveles distintos que deben estudiarse por separado. El riesgo viene agravado por la propia indefinición de esta corriente, nos enfrentamos aquí a definiciones no ya diversas sino hasta contradictorias. Esta fragmentación nos condenaría a perder la aportación más valiosa que están haciendo hoy los estudios sobre la historia de la cultura popular, perderíamos así de vista ese episodio fundamental de la historia europea moderna que es la lucha de los sectores dominantes por eliminar esta especifidad cultural y someter al conjunto de la población a una hegemonía.

La confusión que puede engendrar la denominación historia de las mentalidad no sería tan grave si todos los cultivadores tuviesen la seriedad suficiente y en la práctica nos ofrecen una investigación solidamente asentada en un estudio previo de la sociedad que permite dejar las cosas claras.

Para Fontana hay que dedicar el tiempo en todo aquello que pueda servir para entender mejor, desde sus mentes y sus sentimientos, la trayectoria histórica de los hombres, y para ayudarles, con ello, a comprender su presente y a resolevr sus problemas.

La tercera generación - Peter Burke

Desde 196 los cambios administrativos producidos en el interior de la Escuela de los Anales dan paso a la Tercera Generación, pero serán los cambios intelectuales los más importantes. En esta generación, prevalece un policentrismo. Algunos miembros del grupo llevan aún más lejos el programa de Lucien ebvre y amplían las fronteras de la historia hasta abarcar la niñez, los sueños, el cuerpo y aun los olores y perfumes. Otros han vuelto a la historia política y a la historia de los acontecimientos. Algunos continúan practicando la historia cuantitativa, otros reaccionan contra ella. Esta Generación es la primera en incluir mujeres Christiane Klapisch, Ariette arge, Georges Duby, Michle Perro, etc. En el pasado, los historiadores de Anales han sido a su vez criticados por las feministas por haber dejado a las mujeres fuera de la historia o, más exactamente, por haber tenido la oportunidad, y no aprovecharla, de incorporar más plenamente a las mujeres en la historia. Esta crítica pierde su validez en esta generación.

Otra diferencia entre esta generación y las anteriores de Anales es su apertura a ideas traídas de afuera de rancia. A su modo, estos estudiosos han intentado realizar una síntesis entre la tradición de Annales y la tendencia intelectual americana como la psicohistoria, la nueva historia económica, la historia de la cultura popular, la antropología simbólica, etc. El centro de gravedad del trabajo historiográfico ya no es París, las innovaciones se están produciendo en diferentes partes del globo.

En la generación de Braudel, la historia de las mentalidades y las otras formas de historia cultural estaban todavía relegadas a los márgenes de la producción de Anales.Pero en el transcurso de los años 60 y 70 sobreviene un importante cambio. El itinerario intelectual ha conducido a los historiadores de annales a abandonar la base económica en favor de una superestructura cultural. Esto sucedió como reacción contra Braudel y contra cualquier tipo de determinismo. En 196, Philippe Aris llamó la atención pública sobre la historia de las mentalidades. Su interés se orientó hacia la relación entre naturaleza y cultura, hacia las formas en que una determinada cultura concibe y experimenta fenómenos naturales tales como la muerte y la niñez. l rechazó el enfoque cuantitativo y llegó a la conclusión de que la idea de infancia comienza a existir recién entrado el siglo II. Muchos historiadores lo han criticado por tratar fenómenos europeos sobre la base de pruebas limitadas sólo a rancia y por no distinguir lo suficiente entre las actitudes de hombres y mujeres, de élites y de personas corrientes.

En el seno del grupo de Anales, algunos historiadores se ocuparon sobre todo de fenómenos culturales. Alphonse Dupront Estudió la idea de “cruzada” como un ejemplo de sacralización, una guerra por posesionarse de lugares sagrados. Trató de procurar un acercamiento entre la historia de las religiones y la psicología, la sociología y la antropología. En el campo de la psicología histórica que continuaba el trabajo de ebvre se encuentra Robert Mandrou, quién escribió sobre la cultura popular de los siglos II y III. Escribió “n ensayo de psicología histórica, 15-164” que incluía capítulos sobre la salud, las emociones y las mentalidades.Mandrou y Braudel Se pelearon porque Braudel estaría las innovaciones y Mandrou defendió la herencia de ebvre. Jean Delumeau, también se dedicó a la psicología histórica y escribió la historia de los miedos y la culpabilidad en el Occidente.

La psicohistoria:

Emmanuel Le Roy Ladurie; incluía en sus trabajos obras de reud, describió el carnaval de los romanos como un psicodrama que daba acceso directo a las proyecciones del inconsciente como la fantasía del canibalismo e interpretó las convulsiones proféticas de los Camisards en términos de histeria. Otro miembro de Anales que se movía en la misma dirección era Alain Besanon, quién escribió un ensayo sobre Historia Psicoanalítica y trato de ponerlo en práctica en un estudio de padres e hijos. Tanto Le Roy como Besanon fueron influidos por ebvre pero sobretodo por reud. La psicohistoria de estilo americana, orientada hacia el estudio de individuos, se encontró con la historia psicológica francesa, orientada hacia el estudio de los grupos, aunque no se formó una síntesis.

La ideología y la imaginación social

Pero la tendencia principal de Anales iba por un camino diferente. A principios de los años 6 dos de los más ilustres reclutas de la historia de las mentalidades fueron Le Goff y Duby. En el caso de Le Goff, su contribución más importante fue en la historia de la imaginación medieval, al enfocarse en la historia del cambio en las representaciones del más allá. Duby, por su lado, escribió sobre la historia de las ideologías, de la reproducción cultural y la imaginación social que intenta combinar con la historia de las mentalidades. Otro historiador que siguió los pasos de Le Goff y Duby fue Michel ovelle, quién hizo un serio intento de conciliar la historia de las mentalidades colectivas, en el estilo de ebvre y de Lefebvre, con la historia marxista de las ideologías.

El tercer nivel. La historia serial:

Si en la segunda generación de Anales la historia de las mentalidades fue relegada a la periferia del movimiento, no se debió solo al poco interés de Braudel. Su marginación se debe a dos razones de más importancia

- Muchísimos historiadores franceses pensaban o postulaban que la historia económica y social era más importante o más fundamental. 

- Las nuevas aproximaciones cuantitativas encontraban en las mentalidades un campo de aplicación bastante menos fácil respecto de la estructura económico-social.

Febvre solía dar gran importancia al estudio de documentos a largo plazo para poder encontrar en ella los cambios en las actitudes y los gustos, pero sin dar estadísticas precisas. La aproximación estadística fue desarrollada para estudiar la historia de las prácticas religiosas, la historia del libro y del alfabetismo. Luego se extendió a otros ámbitos de la historia de la cultura. Si bien no formaba parte del círculo de los Anales, el sacerdote Gabriel Le Bras y sus discípulos, fueron los máximos representantes del estudio de la religión con el método cuantitativo basado en las estadísticas de la participación de la comunión. de las vocaciones sacerdotes, etc. Le Bras inspiró a algunos historiadores de Anales, quienes realizaron trabajos regionales concentrados en la cultura y las actitudes frente a la muerte. Michel ovelle intentó medir el proceso de descristianización mediante la indagación de las actitudes sobre la muerte y el más allá tal como emergen de los testamentos. tilizó treinta mil testamentos, desde la nobleza hasta los campesinos y desde las grandes ciudades hasta las aldeas.

Reacciones: Antropología política narración:

na crítica a la historia serial es que peca de reduccionismo. lo que puede ser medido no es lo verdaderamente importante. En la segunda mitad de los años se produce una muy generalizada reacción contra gran parte de lo que Anales representaba y en particular de la hegemonía de la historia social y estructuralista. Se pueden distinguir tres tendencias

1. Una vuelta antropológica 2. Un retorno a la política . 3.Un despertar de la historia narrativa 

La vuelta antropológica


La vuelta antropológica fue una vuelta a la cultura simbólica. El interés de estos historiadores es sobre todo la nueva “antropología simbólica”. Algunos de ellos son Ervina Goffman, ictor Turner, Pierre Bourdieu y Michel de Certeau. Bourdieu: ​Su noción de “capital simbólico” es la base de algunos trabajos sobre la historia del consumo vistoso. Su sustitución de la idea de reglas sociales por conceptos más flexibles como “estrategia” y “habitus” han influido en la manera de trabajar de los historiadores franceses. De ertau​ organizó un estudio colectivo de la vida cotidiana francesa contemporánea en el que rechazó el mito del consumidor pasivo y puso el acento en lo que llamaba “consumo como producción”. Destacó la creatividad de la gente corriente para adaptar los productos de producción masiva desde los muebles hasta telenovelas a sus necesidades personales. Lo más importante de todo son sus ensayos sobre la manera de escribir historia, concentrados en el proceso de la elaboración de “lo otro”, lo diferente. Las ideas de Goffman, Turner, Bourdieu, De Certeau y los otros fueron adoptadas y adaptadas a los fines de una historia más antropológica, en la cual destacan Le Roy Ladurie y Roger Chartier.

El retorno a la política


En general, los estudios regionales sobre la rancia moderna que lleva la impronta de Anales se hallan limitados a la historia económica y social. De los medievalistas pertenecientes al grupo no se puede decir que ignoran la historia política, aunque dedican una mayor atención a otras temáticas. Sin embargo, historiadores de annales como ovelle, uret y erro se han ocupado, en el campo de la historia contemporánea, de prestar mayor atención a los fenómenos políticos. Tal vez ebvre y Braudel no ignoraron la historia política, pero no les interesaba. El retorno de la política en la tercera generación es una reacción contra Braudel y contra las otras formas de determinismo. Acompaña, también, una percepción de la importancia de lo que los americanos llaman “cultura política” de las ideas y de las mentalidades.Gracias a oucault, El retorno a la política se extendió en dirección a la micropolítica, a la lucha por el poder en la familia, en las escuelas, etc.

El despertar de la historia narrativa

El retorno a la política se acompaña por un despertar del interés por la narración de los acontecimientos.Comienza el despertar de la biografía histórica que puede ayudar a comprender la mentalidad de un grupo. Durante las dos generaciones anteriores se había menospreciado a la historia de los acontecimientos y sus monografías excluían cualquier componente narrativo. En la tercera generación se pone el foco en que los acontecimientos no solo reflejan la estructura, sino que la pueden modificar y Le Roy Ladurie distingue Entre acontecimiento traumático, acontecimiento catalizador y acontecimiento creativo.

Es con la tercera generación que el tipo de historia asociada a Anales se vuelve famosa. A partir de los , algunos miembros de anales participan regularmente en los programas radiofónicos y televisivos, escriben para diarios y revistas. Los programadores televisivos y editores pensaron que había una demanda de historia en general pero en particular de la historia sociocultural de Anales.


Los historiadores marxistas británicos - Harvey Kaye

Kaye hace referencia a la relación simbiótica entre la historia y la sociología, dandose cuenta del renovado interés por las cuestiones históricas informadas por la sociología y por los asustos sociales con perspectiva histórica. Pero encuentra un problema entre ellas, esto es los puntos de vista que los historiadores y sociologos siguen manteniendo en relación con la materia propia y la ajena. Ambos tienden a considerar a la sociología como fuente de métodos y teorías, y la historia como fuente de datos, estudio de casos, o ilustraciones del pasado sobre los que la teoría sociológica ha de ser verificada. Kaye acepta concibe a la historia y a la sociología como una sola y no como dos materias independientes.

En su libro, Kaye, ha partido del supuesto de que los historiadores tienen tanto que contribuir a la teoría social como los sociólogos. Además cuando habla de los “historiadores marxistas británicos” se refiere especialmente a Maurice Dobb, Rodney Hilton, Christopher Hill, Eric Hobsbawm y E.P Thompson, su argumento es que todos ellos representan una tradición teórica. Su argumento se basa en el hecho de que los historiadores marxistas británicos han sido párticipes de una problemática teórica común, ellos han intentado “trascender la estricta noción económica de clase y llegar a solucionar el problema de la base-suprema que ha dominado al marxismo desde sus comienzos”.

Los historiadores marxistas británicos se han esforzado en desarrollar una historiografía marxista alejada del determinismo económico con el que ha sido asociada y, de esta manera, han tratado de reconducir el análisis marxista. No han rechazado el sentido de determinación por completo. Los historiadores m.b también han compartido una problemática histórica común, estructurando sus diversos estudios históricos, desarrollo y expansión del capitalismo, entendido, no en el sentido limitado del cambio económico, sino como cambio social en el sentido más amplio. También han desarrollado lo que puede ser considerada como una aproximación común al estudio teórico, a la que Kaye llamó análisis de la lucha de clases. Los historiadores m.b han hecho importantes contribuciones al desarrollo de la perspectiva histórica conocida como la historia desde abao opuesta a la historia escrita desde la perspectiva de las clases dirigentes o de élite, han hecho hincapié en las experiencias, acciones y luchas históricas de las “clases bajas”, recuperando el pasado que fue hecho por ellas pero no escrito por ellas. Han desarrollado el marxismo como teoría para la determinación de clases cuyo postulado fundamental es que la lucha de clases ha sido de importancia capital en el proceso histórico. Otro aspecto de la labor de estos historiadores es su contribución a la cultura política británica contemporánea.

Aunque Kaye defiende que Dobb, Hilton, Hill, Hobsbawm y Thompson representan una tradición teórica, tres ensayos recientes han considerado a estos historiadores de manera diferente. En uno de ellos, Raphael Samuel ofrece una história básica, donde su objetivo principal es presentar las “mutaciones” de los estudios históricos marxistas británicos desde la época de Marx y en relación con el contexto cultural y social en Gran Bretaña.

Samuel escribe sobre la influencia de los historiadores socialistas no marxistas y de los historiadores democráticos radicales y liberales, en lo que Kaye denomina como la “historia popular”. Samuel también trata la influencia del inconformismo protestante en las diferentes generaciones de historiadores marxistas británicos. Señala que en ocasiones la influencia fue muy directa, a través de una educación y/o formación metodista y a veces fue indirecta. Ademas, defiende Samuel, esta influencia puede apreciarse en algunos historiadores por descubrir y defender la “herencia radical” del puritanismo, la disensión y el inconformismo. Hobsbawm, contrariamente a Samuel, afirma que con anterioridad al Grupo de Historiadores del Partido Comunista, “no había tradición de historia marxista en Gran Bretaña”. Pero, al fin y al cabo, Samuel consigue demostrar que la formación de tal tradición fue un proceso abierto, en contacto con una serie de influencias a veces bastante contradictorias.

En general se considera que los años 1946-56 fueron los más significativos en la formación de la tradición histórica marxista británica. Debemos recordar que dichos historiadores contrajeron su compromiso intelectual y político durante, y como respuesta a ,la depresión, y en oposición al fascismo, influidos por su servicio militar durante la guerra.

Hobsbawm observa que “para algunos el grupo era, si no exactamente un estilo de vida, al menos una pequeña causa, además de una alternativa para estructurar su ocio. Para la mayoría fue también una amistad”. Quiere decir que todos reconocían ser “igualmente exploradores de un territorio en gran manera desconocido”. Organizados en “secciones por períodos”, las actividades del grupo estaban centradas en Londres y trataron activamente de “popularizar” la investigación histórica y la perspectiva que estaban desarrollando. Los historiadores “contemporáneos” del grupo naturalmente se dedicaban con mayor interés al seguimiento y difusión de las historias del movimiento obrero británico. El grupo también trazó e inició algunos proyectos de investigación y publicación. Debemos recordar que, aunque el grupo no siempre coronó los ambiciosos proyectos que se propusieron, en muchos casos la investigación iniciada y los ensayos escritos sirvieron de base para algunos estudios desarrollados con posterioridad por algunos miembros individualmente.

Debe ser reconocida la poderosa influencia de Dona Torr en la formación de los historiadores marxistas británicos, quién fue una devota erudita marxista e influyó en los historiadores marxistas británicos más jóvenes en su desarrollo de la “historia popular” según el criterio de historia de abajo arriba. Torr se oponía a la “escuela catastrófica” de marxistas, los cuales creían que las condiciones en Inglaterra tenían que empeorar mcuho más antes de que un ambio serio fuera posible; idea que era bien aceptada. También es importante notas que aunque los componentes del grupo consideraron que una de sus tareas era críticar los estudios históricos no marxistas, no por ello trataron de aislarse de los historiadores no marxistas. De hecho, intentaron “tender puentes” hacia los historiadores no marxistas que compartían afinidades e intereses comunes. El resultado más significativo de este empeño fue la revista Past & Present, cuyo primer número apareció en el clima de guerra fría de 1952.

Richard Johnson defiende que en el período posterior a 1956, los escritores e historiadores sociales socialistas británicos progresivamente se iban centrado y poniendo especial énfasis en las prácticas y las relaciones culturales. Alejándose de la estructura y relaciones económicas, el concepto “cultura” fue ampliado para así incluir lo social y lo popular en oposición a lo meramente “artístico-literario” y “elitista”. Defiende que los historiadores marxistas británicos, a partir de ese período, llegaron a desarrollar su propia aproximación al estudio histórico, a la que denominan marxismo cultural y que esto representó una ruptura con el marxismo económico. Esto se debe a los esfuerzos por superar el modelo base-superestructura y su interés por la clase.

Johnson y sus colegas insisten que se perdió mucho en el desarrollo del culturalismo y que es necesario reintroducir los factores estructurales, pero que no debe hacerse por medio de una vuelta a la teoría de Dobb porque es demasiado economicista. Sugieren que se establezca un diálogo entre lo que ellos llaman marxismo cultural, humanístico y el marxismo estructuralista de Althusser y sus seguidores.

La postura de Kaye es que la relación entre Dobb y Hilton y los demás no está caracterizada ni por una ruptura entre el economicismo y el culturalismo ni por una continuidad basada en el interés por las relaciones económicas. Por el contrario, se trata de un desplazamiento no de una ruptura. Así que, si tuvieramos que dar un nombre a la teoría de la determinación de clase, éste no debería ser marxismo cultural o económico sino marxismo histórico, social o político, dado su énfasis en las formas históricas y determinaciones de la lucha de clases.  


La emergencia de la memoria - Enzo Traverso

Hay pocas palabras tan dañadas en reputación como memoria. En el transcurso de los años sesenta y setenta estaba prácticamente ausente del debate intelectual. Sin embargo, años más tarde, ya había penetrado con fuerza en el debate historiográfico. Memoria a menudo se utiliza como sinónimo de historia y tiende a absorberla convirtiéndose en una especie de categoría metahistórica, pero tiene una dosis mayor de subjetividad.

La memoria se presenta como una historia menos árida y más humana; invade hoy el espacio público de las sociedades occidentales, ya que el pasado se instala en el imaginario colectivo como una memoria amplificada por los medios de comunicación. Se transforma en una obsesión conmemorativa, sobreabundante y saturada que delimita el espacio donde todo se reduce a hacer memoria. El pasado al ser seleccionado y reinterpretado según las sensibilidades culturales y demás, se configura como el turismo de la memoria, promovido ante al público por medio de estrategias publicitarias. Este fenómeno revela la transformación del pasado en objeto de consumo, neutralizado y rentabilizado, listo para que la industria del turismo y del espectáculo lo recupere y utilice.

La memoria tiende a convertirse en el vector de una religión civil del mundo occidental, con su sistema de valores, de creencias, de símbolos y de liturgias. De donde proviene esta obsesión memorialista En primer lugar responde a una crisis de la transmisión en el seno de las sociedades contemporáneas. La diferencia entre la experencia transmitida y la experiencia vivida, la primera se perpetúa casi naturalmente de una generación a la otra forjandose a largo plazo y la segunda es lo vivido individualmente, frágil, volátil, efímero. La primera es tipica de las sociedades tradicionales y la otra de las sociedades modernas. La modernidad se caracteriza por el deterioro de la experencia transmitida. Podría pensarse que esta obsesión se debe al deterioror de la experencia transmitida, pero primero es necesario pensar sobre las formas que toma esta obsesión. En cualquier tiempo, las sociedades humanas tuvieron una memoria colectiva y la conservaron a través de ritos, ceremonia, etc. Las estructuras elementales de la memoria colectiva residen en la conmemoración de los muertos, pero en la modernidad, las prácticas conmemorativas se transforman. Se democratizan al concernir a la sociedad en su conjunto, se secularizan y se funcionalizan difundiendo nuevos mensajes dirigidos a los vivos. Empiezan a convertirse en sínbolos de un sentimiento nacional vivido como una religión civil.

Así es como Auschitz se convierte en el pedestal de la memoria colectiva del mundo occidental. Además, en el centro de este sistema de representaciones se instala una nueva figura, la del testigo, el sobreviviente de los campos nazis. El historiador ha tenido que rendirse a la evidencia de los límites de sus procedimientos tradicionales de hacer Historia, de los límites de sus fuentes y del aporte indispensables de los testigos para intentar reconstruir experiencias. El testigo puede ayudarlo a restituir la calidad de una experiencia histórica, aunque su llegada en la obra del historiador cuestiona ciertos paradigmas muy sólidos. Hemos entrado en la era del testigo, al que se ha puesto en un pedestal y que encarna un pasado cuyo recuerdo se prescribe como un deber cívico. La memoria de estos testigos ya no interesa a mucha gente, en una época en la que solo hay víctimas.

La memoria se conjuga siempre en presente, lo que determina sus modalidades: la selección de los acontecimientos cuyo recuerdo es preciso conservar, su interpretación, sus lecciones, etc. Se transforma en una apuesta política y adquiere la forma de una obligación ética que a menudo se convierte en fuente de abusos. La dimensión política de la memoria colectiva y los abusos que la acompañan sólo puede afectar la manera de escribir la historia.


¿Historia, para qué? - Carlos Pereyra

I.

La pregunta “historia, para qué” pone a debate de manera eplícita el problema de la función o utilidad del saber histórico. Pero con tal pregunta también se abre el asunto de la legitimidad de ese saber. Se trata de cuestiones vinculadas pero discernibles: unos son los criterios conforme a los cuales el saber histórico prueba su legitimidad teórica y otros son los rasgos en cuya virtud este saber desempeña cierta función y resulta útil más allá del plano cognoscitivo.

Una larga tradición encuentra el sentido de la investigación histórica en su capacidad para producir resultados que operen como guía para la acción. La eficacia del discurso histórico no se reduce a su función de conocimiento: posee también una función social cuyas modalidades no son exclusiva ni primordialmente de carácter teórico. El estudio del movimiento de la sociedad acarrea consecuencias diversas para las confrontaciones y luchas del presente. No hay discurso histórico cuya eficacia sea puramente cognoscitiva; todo discurso histórico interviene (se inscribe) en una determinada realidad social donde es más o menos útil para las distintas fuerzas en pugna. Pero su utilidad ideológico-política no es una magnitud directamente proporcional a su validez teórica. Es preciso no incurrir en la “confusión que se hace entre las motivaciones ideológicas o políticas de la investigación o de su utilización y su valor científico”.

La confianza en que hay una vinculación directa e inmediata entre conocimiento y acción se apoya en la creencia de que la comprensión del pasado otorga pleno manejo de la situación actual. Esa identificación también se origina a veces en el convencimiento de que unos u otros grupos sociales extraen provecho de la interpretación histórica y de que la captación intelectual del pasado desempeña cierto papel en la coyuntura social dada. Sin embargo, el provecho extraído es independiente de la validez del relato en cuestión; utilidad y legitimidad no son, en consecuencia, magnitudes equivalentes.

Sin negar, por supuesto, el impacto de la historia que se escribe en la historia que se hace, la apropiación cognoscitiva del pasado es un objetivo válido por sí mismo o, mejor todavía, la utilización ideológico-política del saber histórico no anula la significación de éste ni le confiere su único sentido. La utilidad del discurso histórico no desvirtúa su legitimidad y ésta no se reduce a aquella.

Frente a quienes suponen que la única posibilidad de conocimientos objetivos en el ámbito de la historia está dada por el confinamiento de la investigación en un reducto ajeno a la confrontación social, es imprescindible recordar el fracaso del proyecto teórico encandilado con la tarea ilusoria de narrar lo sucedido como realmente aconteció. No hay descripción (ni siquiera observación) posible fuera de un campo problemático y de un aparato teórico, los cuales se estructuran en un espacio en cuya delimitación intervienen también las perspectivas ideológicas. La confianza ingenua en la lectura pura de los documentos y en el ordenamiento aséptico de los datos fue tan sólo un estadio pasajero en la formación de la ciencia histórica. Se vuelve cada vez más insostenible la pretensión de desvincular la historia en la que se participa y se toma posición de la historia que se investiga y se escribe. “La función del historiador no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo como clave para la comprensión del presente”.

Cuando se disuelve por completo la lógica propia del discurso histórico en las urgencias ideológico-políticas más inmediatas, entonces no pueden extrañar ocultamientos, silencios y deformaciones: elementos triviales de información se vuelven tabú, áreas enteras del proceso social se convierten en zonas prohibidas a la investigación, falsedades burdas pasan por verdades evidentes de suyo. etc. El hecho de que el saber histórico está siempre y en todo caso conformado también por la lucha de clases no basta para simplificar las cosas y abogar por una historia convertida en apologética de una plataforma ideológica circunstancial como ocurre sin remedio allí donde la función cognoscitiva de la práctica teórica es anulada en aras de su función social en una coyuntura dada.

II.

Durante largo tiempo, la función de la historia se limitó primeramente a conservar en la memoria social un conocimiento perdurable de sucesos decisivos para la cohesión de la sociedad, la legitimación de sus gobernantes, el funcionamiento de las instituciones políticas y eclesiásticas así como de los valores y símbolos populares. Casi desde el principio la historia fue vista también como una colección de hechos ejemplares y de situaciones paradigmáticas cuya comprensión prepara a los individuos para la vida colectiva. A finales del siglo pasado, sin embargo, ya aparecía como ilusión pasada de moda creer que la historia proporciona enseñanzas prácticas para guiarse en la vida.

Esa idea pedagógica de la historia dio paso a otra concepción centrada en el supuesto básico de que la historia posibilita la comprensión del presente “en tanto eplica los orígenes del actual estado de cosas”. El conocimiento de las circunstancias a partir de las cuales se gesta una coyuntura histórica es indispensable para captar las peculiaridades de ésta.

Pero, si bien para todo fenómeno social el conocimiento de sus orígenes es un momento imprescindible del análisis y un componente irrenunciable de la explicación, ésta no se agota aquí: saber cómo algo llegó a ser lo que es no supone todavía reunir los elementos suficientes para explicar su organización actual.

El impacto de la historia no se localiza solamente en el plano discursivo de la comprensión del proceso social en curso. Los grupos sociales procuran las soluciones que su idea de la historia les sugiere para las dificultades y conflictos que enfrentan en cada caso. Por ello el saber histórico no ocupa en la vida social un espacio determinado sólo por consideraciones culturales abstractas sino también por el juego concreto de enfrentamientos y antagonismos entre clases y naciones.

Tanto las clases dominantes en las diversas sociedades como los grupos políticos responsables del poder estatal, suelen invocar el pasado como fuente de sus privilegios. De ahí que, como sucede con muy pocas modalidades del discurso teórico, la historia es sometida a una intensa explotación ideológica. La historia se emplea de manera sistemática como uno de los instrumentos de mayor eficacia para crear las condiciones ideológico-culturales que facilitan el mantenimiento de las relaciones de dominación.

El papel de la historia como ideología se eleva como obstáculo formidable para la realización del papel de la historia como ciencia. No se trata de afirmar que la mera presencia de mecanismos ideológicos invalida por sí misma la producción de conocimientos y anula la posibilidad de explicar el proceso social, pero sí de admitir que la elaboración de una imagen del pasado está demasiado configurada por los intereses dominantes en la sociedad. El Estado dispone de numerosos canales mediante los cuales impone una versión del movimiento social idónea para la preservación del poder político. Así pues, es tarea de la investigación histórica recuperar el movimiento global de la sociedad, producir conocimientos que pongan en crisis las versiones ritualizadas del pasado y enriquecer el campo temático incorporando las cuestiones suscitadas desde la perspectiva ideológica del bloque social dominado.

III.

Las formas del discurso histórico se apartan crecientemente de las pretensiones didácticas y literarias. Resulta aún más complicado, sin embargo, liberar el saber histórico de las tendencias apologéticas. Las tendencias apologéticas se cubren con el pretexto de que la historia necesariamente interroga por las cosas que sucedieron en tiempos anteriores a fin de ofrecer respuestas a los problemas de hoy. El saber acaba teniendo validez según su conformidad con alguna finalidad circunstancial.

Es cierto que no sólo el conocimiento del pasado permite la mejor comprensión del presente sino también, de manera recíproca, se sabe mejor qué investigar en el pasado si se posee un punto de vista preciso respecto a la situación que se vive. Pero el relativismo confunde el problema de los criterios de verdad del conocimiento histórico con la cuestión de los móviles que impulsan la investigación. La reflexión histórica aparece como una tarea urgida precisamente por las luchas y contradicciones que caracterizan a una época. El estatuto científico del discurso no está dado por su función en las pugnas contemporáneas, pero no se puede hacer abstracción de que la historia

desempeña un papel destacado en la confrontación ideológica: las fuerzas políticas se definen también por su comprensión desigual y contradictoria del desarrollo de la sociedad.

La existencia de un sistema de dominación social implica en sí misma formas diversas de abordar el examen de la realidad.

IV.

La función teórica de la historia (explicar el movimiento anterior de la sociedad) y su función social (organizar el pasado en función de los requerimientos del presente) son complementarias: el saber intelectual recibe sus estímulos más profundos de la matriz social y, a la vez, los conocimientos producidos en la investigación histórica están en la base de las soluciones que se procuran en cada coyuntura. Esta complementariedad, sin embargo, no elimina las tensiones y desajustes entre ambas funciones. Así, por ejemplo, la prolongada discusión en tomo al carácter nocivo o benéfico de los juicios de valor en el discurso histórico.

La orientación positivista insistió tanto en la neutralidad e imparcialidad propias de la ciencia que, como reacción justificada ante esa actitud pueril, se da con frecuencia un discurso que juzga los acontecimientos y a sus protagonistas. Pero no solo la neutralidad es un obstáculo para el desarrollo de la ciencia histórica. También la manía de enjuiciar allí donde lo que hace falta es explicar.

Es mucho más fácil centrar el examen del proceso social en un núcleo apologético o denigrativo que buscar en serio las causas inmediatas y profundas de los fenómenos históricos. ero “la historia no es juzgar; es comprender y hacer comprender.”

Los juicios de valor inhiben la recuperación de las luchas, sacrificios, forcejeos, y contradicciones que integran el movimiento de la sociedad y borran todo con la tajante distinción entre los principios del bien y el mal. El achatamiento del esfuerzo explicativo generado por la propensión a juzgar limita la capacidad de pensar históricamente. Los juicios de valor son inherentes a la función social de la historia pero ajenos a su función teórica. Un aspecto decisivo del oficio de la historia consiste, precisamente, en vigilar que la preocupación por la utilidad (político-ideológica) del discurso histórico no resulte en detrimento de su legitimidad (teórica).

Las mentalidades, una historia ambigua - Jacques Le Goff

UNA HISTORIA ENCRUCIJADA

La primera atracción de la historia de las mentalidades está precisamente en su imprecisión, en su vocación por designar los residuos del análisis histórico. Mentalidad recubre pues un más allá de la historia, pretende satisfacer las curiosidades de historiadores decididos a ir más lejos.

El historiador de las mentalidades se aproximará, pues, al etnólogo, intentando alcanzar como él el nivel más estable, más inmóvil de las sociedades. Próximo al etnólogo, el historiador de las mentalidades tiene que doblarse también de sociólogo. Su objeto, de buenas a primeras, es lo colectivo. La mentalidad de un individuo histórico es justamente lo que tiene en común con otros hombres de su tiempo.

El historiador de las mentalidades se encuentra de forma particular con el psicólogo social. Las nociones de conducta o de actitud son para uno y otro esenciales. Uno de los intereses de la historia de las mentalidades son las posibilidades que ofrece a la psicología histórica de vincularse a otra gran corriente de la investigación histórica hoy: la historia cuantitativa. La historia de las mentalidades puede, con ciertas adaptaciones, utilizar los métodos cuantitativos puestos a punto por los psicólogos sociales.

Además de sus lazos con la etnología, la historia de las mentalidades podrá disponer de otro gran arsenal de las ciencias humanas actuales: los métodos estructuralistas, pues la mentalidad es una estructura.

Pero la historia de las mentalidades no se define solamente por el contacto con las demás ciencias humanas y por la emergencia de un dominio reprimido por la historia tradicional. Es también el lugar de encuentro de exigencias opuestas que la dinámica propia de la investigación histórica actual fuerza al diálogo. Se sitúa en el punto de conjunción de lo individual con lo colectivo, del tiempo largo y de lo cotidiano, de lo inconsciente y lo intencional, de lo estructural y lo coyuntural, de lo marginal y lo general. El nivel de la historia de las mentalidades es el de lo cotidiano y de lo automático, lo que escapa a los sujetos individuales de la historia porque es revelador del contenido impersonal de su pensamiento.

El discurso de los hombres no es, a menudo, más que un montón de ideas prefabricadas, de lugares comunes, de restos de culturas y mentalidades de distinto origen y tiempo diverso. De ahí el método que la historia de las mentalidades impone al historiador: una investigación arqueológica, primero, de los estratos y fragmentos de arqueopsicología. Luego, el desciframiento de sistemas psíquicos próximos al bricolaje intelectual.

Lo que parece falto de raíz, nacido de la improvisación y del reflejo, gestos maquinales, palabras irreflejas, viene de lejos y atestigua la prolongada resonancia de los sistemas de pensamiento. La historia de las mentalidades obliga al historiador a interesarse más de cerca por algunos fenómenos esenciales de su dominio: las herencias cuya continuidad enseña su estudio, las pérdidas, las rupturas, la tradición, las formas en que se reproducen mentalmente las sociedades, los desfases, producto del retraso de los espíritus en adaptarse al cambio y de la rapidez desigual de evolución de los distintos sectores de la historia. La mentalidad es lo que cambia con mayor lentitud. Historia de las mentalidades, historia de la lentitud en la historia.

JALONES PARA LA HISTORIA DE LA GÉNESIS DE LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES

La mentalidad designa la coloración colectiva del psiquismo, la forma particular de pensar y sentir de «un pueblo, de cierto grupo de personas, etc,».

Para la etnología, mentalidad designa a fines del siglo XIX y a principios del XX el psiquismo de los «primitivos» que aparece al observador como un fenómeno colectivo (en el seno del cual un psiquismo individual es indiscernible) y propio de individuos cuya vida psíquica está hecha de reflejos, de automatismos, se reduce a un mental colectivo que excluye prácticamente la personalidad.

Para la psicología del niño, este es un menor mentalmente. La mentalidad no desempeña prácticamente ningún papel en psicología, no forma parte del vocabulario técnico del psicólogo.

Lévy‐Bruhl afirmaba que no había diferencia de naturaleza entre la mentalidad de los primitivos y la de los miembros de las sociedades evolucionadas. Y es verdad que el historiador de las mentalidades persigue a estas en las aguas turbias de la marginalidad, de la anormalidad, de la patología social. La mentalidad parece revelarse de preferencia en el dominio de lo irracional y de lo extravagante. De ahí la proliferación de estudios sobre la brujería, la herejía, el milenarismo. De ahí, cuando el historiador de las mentalidades pone su atención en sentimientos comunes o grupos sociales integrados, su elección, voluntaria, de temas límites (las actitudes frente al milagro o la muerte) o de categorías incipientes.

LA PRÁCTICA DE LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES Y SUS TRAMPAS

Hacer historia de las mentalidades es, ante todo, operar una cierta lectura de un documento, sea cual sea. Todo es fuente, para el historiador de las mentalidades. La lectura de los documentos se aplicará sobre todo a las partes tradicionales, casi automáticas, de los textos y los monumentos.

La historia de las mentalidades tiene sus fuentes privilegiadas, las que, más y mejor que otras, introducen a la psicología colectiva de las sociedades. Están primero los documentos que atestiguan estos sentimientos, estos comportamientos paroxísticos o marginales que, por su separación, aclaran la mentalidad común. Por ejemplo, en la Edad Media, la hagiografía. Otra categoría de fuentes privilegiadas para la historia de las mentalidades, la constituyen los documentos literarios y artísticos. Historia, no de los fenómenos «objetivos», sino de la representación de estos fenómenos, la historia de las mentalidades se alimenta naturalmente de los documentos de lo imaginario. Pero la literatura y el arte vehiculan formas y temas venidos de un pasado que no es forzosamente el de la conciencia colectiva. Las obras literarias y artísticas obedecen a códigos más o menos independientes de su medio ambiente temporal.

Importa no separar el análisis de las mentalidades del estudio de sus lugares y medios de producción. Febvre dio el ejemplo de inventarios de lo que él llamaba el utillaje mental: vocabulario, sintaxis, lugares comunes, concepciones del espacio y el tiempo, cuadros lógicos.

Las mentalidades mantienen con las estructuras sociales relaciones complejas, pero sin estar separadas de ellas. La coexistencia de varias mentalidades en una misma época y en un mismo espíritu es uno de los datos delicados, pero esenciales de la historia de las mentalidades. Luis XI, que en política da muestras de mentalidad moderna, «maquiavélica», en religión manifiesta una mentalidad supersticiosa muy tradicional.

La historia de las mentalidades no tiene que ser ni el renacimiento de un espiritualismo superado ni el esfuerzo de supervivencia de un marxismo vulgar que buscaría en ella la definición barata de superestructuras nacidas mecánicamente de las infraestructuras socioeconómicas. La mentalidad no es reflejo. La historia de las mentalidades tiene que distinguirse de la historia de las ideas contra la cual también en parte nació. La historia de las mentalidades no puede hacerse sin estar estrechamente ligada a la historia de los sistemas culturales, sistemas de creencias, de valores, de equipamiento intelectual en el seno de las cuales se elaboran, han vivido y evolucionado.

Este vínculo con la historia de la cultura tiene que permitir a la historia de las mentalidades evitar otras trampas epistemológicas. Ligada a los gestos, a las conductas, a las actitudes, la historia de las mentalidades no tiene que verse atrapada por un behaviorismo que la reduciría a automatismos sin referencia a unos sistemas de pensamiento.

Eminentemente colectiva, la mentalidad parece sustraída a las vicisitudes de las luchas sociales. Pero sería craso error separarla de las estructuras y la dinámica social. Es elemento capital de las tensiones y las luchas sociales. La historia social está jalonada de mitos en que se revela la parte de las mentalidades en una historia que no es ni unánime ni inmóvil. Hay mentalidades de clase al lado de mentalidades comunes.

La historia de las mentalidades está en vías de establecerse en el campo de la problemática histórica.


¿Hacemos tabla rasa del pasado? - Jean Chesneaux

Capítulo 1: la Historia como relación activa con el pasado

Muchos historiadores han hecho de la historia su oficio, su territorio. Son los especialistas. Sin embargo, nos concierne a todos.

Es peligrosa la pretensión de los historiadores profesionales de acaparar el pasado. Y también lo es es la idea de que la historia domina a los hombres desde el exterior, que ejerce sobre ellos una autoridad suprema por estar inscrita en un pasado irreversible y que hay que inclinarse dócilmente ante ella.Qué es el pasado el que manda el presente.

Dice Marx que la historia no realiza nada, es más bien el hombre quién realiza todo, quién posee y quién lucha.

Si el pasado cuenta es por lo que significa para nosotros, es el producto de nuestra memoria colectiva. Este pasado tiene siempre un sentido para nosotros. Nos ayuda a comprender mejor la sociedad en que vivimos hoy, a saber que defender y preservar, qué derribar y destruir. La historia es una relación activa con el pasado. El pasado está presente en todas las esferas de la vida social. El trabajo profesional de los historiadores especializados forma parte de la relación colectiva de nuestra sociedad con su pasado, jamás independiente del contexto social y de la ideología dominante. La relación colectiva con el pasado es a la vez coacción y necesidad. El pasado pesa.

Definición de historia de Febvre:

“Es la necesidad que siente cada grupo humano en cada momento de su evolución, de Buscar y de poner de relieve, en el pasado, los hechos, los acontecimientos, las tendencias que preparan el tiempo presente y que permiten comprenderlo, que ayudan a vivirlo.”

Los historiadores de la vieja generación aceptaban estar ante todo a la escucha de su tiempo y de su pueblo, pero seguían siendo unos intelectuales. A sus ojos, el conocimiento intelectual del pasado se bastaba a sí mismo, no tenía que ir a dar una práctica social, a un compromiso activo y concreto.

Nuestro conocimiento del pasado es un factor activo del movimiento de la sociedad, es lo que se ventila en las luchas políticas e ideológicas. El pasado, el conocimiento histórico, pueden funcionar al servicio del conservatismo social o al servicio de las luchas populares. La historia penetra en la lucha de clases, jamás es neutral.

La relación colectiva con el pasado implica que el pasado no está en el puesto de mando, no da lecciones ni juzga, sino que es el presente el que plantea las cuestiones. El presente no necesita del pasado sino en relación con el futuro. La relación entre pasado y futuro es la trama misma de la historia.

Los temas usuales del discurso de la historia, las falsas evidencias que nadie se toma el trabajo de demostrarlas, que pasan a segundo plano son:

El intelectualismo: el conocimiento intelectual del pasado constituye un objeto válido por sí mismo. Los historiadores han inventado la distinción entre la historia que se hace y la historia que se escribe. La primera sería asunto de los “políticos”. La segunda estaría a cargo de los historiadores. Este intelectualismo está muy arraigado.

El objetivismo apolítico:
muy pocos historiadores de profesión aceptan reflexionar seria y rigurosamente sobre el papel de su actividad profesional en la vida política y social. Muy pocos reflexionan sobre las relaciones que existen entre los temas de sus estudios, la forma misma en que son llevados y el equilibrio de la sociedad burguesa. Viven confortablemente sobre la idea de la separación entre “profesión” y sociedad.

El profesionalismo:
El conocimiento del pasado dependería de las calificaciones técnicas, de la habilidad, del oficio. El saber histórico se elaboraría aislado, en las esferas eminentes de la investigación especializada.

La producción histórica se halla hoy en expansión y dos corrientes históricas se encuentran en ascenso: 

La “Nueva Historia”; ávida de influir sobre el gran público, pretende atractiva, abierta a todos los problemas del hombre, mentalidades, técnicas.

La historia universitaria marxista; apoyada en el prestigio y los medios materiales de la historia académica soviética, por las posiciones ganadas por el partido comunista en las universidades y academias.

Estas dos corrientes se fundan en la acepción de las falsas evidencias del discurso histórico. Propagan una concepción de los mecanismo históricos que reposan sobre la continuidad lenta, sobre procesos externos al movimiento activo de las masas.

Adeptos de la Nueva Historia y marxistas académicos ignoran la relación fundamental entre saber histórico y práctica social.

Capítulo 2: Historia y Práctica social en el campo del poder


En las sociedades de clases, la historia forma parte de los instrumentos por medio de los cuales la clase dirigente mantiene su poder. El aparato del estado trata de controlar el pasado al nivel de la política práctica y al nivel de la ideología.

El Estado, el poder, organizan el tiempo pasado y conforman su imagen en función de sus intereses políticos e ideológicos. Si el discurso histórico de la burguesía ascendente es en apariencia más liberla, si aspira a una reflexión más general sobre el curso de la historia, es porque permiten comparar los tiempos antiguos con los “tiempos modernos” y hacerlos resaltar, realizando la dominación de la burguesía y abriéndole el porvenir.

Las clases dirigentes y el poder del estado suelen apelar al pasado de manera explícita: la tradición, la historia, son invocadas como fundamento de principio de su dominación (por ej: en su discurso político e histórico).

A veces también la utilización del pasado es menos directa, menos explícita. Si se llama a la historia en defensa del orden establecido y de los intereses de las clases dirigentes, es por el rodeo de la ideología difusa: manuales escolares, filmes y televisión, etc.

Así, el estado llega a intervenir más concretamente, para ritualizar el pasado y atraerse a su servicio la memoria popular. Son las fiestas nacionales, las conmemoraciones y aniversarios solemnes. Todos estos aniversarios y todas estas conmemoraciones funcionan exactamente de la misma manera: patronato oficial, estatal, de una celebración histórica, espectáculo de masas con regocijos populares; esquematización de un acontecimiento pasado como fondeadero de la ideología dominante, ocultación de los aspectos no oficiales del acontecimiento elegido, especialmente de los infortunios y de las luchas de las masas populares.

El poder controla todavía el pasado de manera mucho más activa y directa. Funda su práctica política, su decisión, en el pasado, sobre todo el más reciente, tal como lo conoce por medio de su policía, sus oficinas de investigación y sus informes administrativos. Se trata de una “Historia inmediata” de estado, que opera en secreto y funciona en provecho exclusivo del poder.

El poder del estado vigila igualmente, en la fuente, el conocimiento del pasado. La gran mayoría de los “documentos de primera mano” son de origen estatal o paraestatal. De lo real, no conocemos sino aquello que podemos inferir de las series de indicios que el aparato de poder ha registrado y nos ha transmitido.

El control del pasado y de la memoria colectiva por el aparato del estado actúa sobre las “fuentes”. Muy a menudo, tiene el carácter de una retención en la fuente. Secreto de los archivos y destrucción de los materiales embarazosos. Este control estatal da por resultado que lienzos enteros de la historia del mundo no subsistan sino por lo que de ellos han dicho o permitido decir los opresores. Unas veces se mutila y deforma, otras se hace el silencio completo. La ocultación es uno de los procedimientos más corrientes en este dispositivo de control del pasado por el poder. El pasado es un importuno del que hay que desembarazarse.

El control del pasado por el poder es un fenómeno común a todas las sociedades de clase; pero se efectúa según modalidades específicas, en función de las existencias de cada modo de producción dominante.

Los historiadores están convencidos de disponer de su “libertad científica”, pero reproducen en su actividad profesional todas las conductas características de la sociedad capitalista en su conjunto.

El saber histórico, atrincherado tras de su objetividad, finge ignorar que refuerza con toda la autoridad del tiempo el poder de esta institución o de aquel aparato.

Extraer de cada etapa del pasado la relación específica entre el saber histórico y el odo de producción dominante, tal debería ser la verdadera función de la historiografía.

Pero el saber histórico esta acaparado por una minoría que en convivencia con la clase dirigente, acepta sus valores ideológicos y lleva en líneas generales la misma vida confortable.

Si el pasado cuenta para las masas populares, es sobre la otra vertiente de la vida social, cuando se inserta directamente en sus luchas.

Capítulo 8: las trampas del cuadripartismo histórico

En Francia, el estudio y la enseñanza de la historia como disciplina integrada en la máquina universitaria están organizados en cuatro grandes conjuntos:

Historia Antigua: historia de la Antigüedad grecorromana, el Egipto faraónico y los imperios asirobabilónicos.

Historia de la Edad Media: de la Edad Media occidental, con un esfuerzo para extenderla a Bizancio, Europa del Este y los países árabes del Mediterráneo.

Historia moderna: siempre de Europa, hasta la revolución francesa.

Historia contemporánea: la única que deja un lugar efectivo a los países de Asia, África y América.

Este cuadripartismo cumple cierto número de funciones precisas, al nivel de las instituciones universitarias y al nivel de la ideología. Desempeña el papel de un verdadero aparato ideológico del Estado.

Función pedagógica: dividir la historia en cuatro secciones permite que los programas de enseñanza, los cursos y los programas universitarios, así como los manuales escolares o las colecciones de obras históricas se estructuren y organicen en torno a esa armazón.


Función institucional: las cátedras de enseñanza en las universidades, los organismos que controlan los créditos de investigación y los nombramientos en las universidades también se organizan sobre esta base cuadripartita.


Función intelectual
: el cuadripartismo forma la base de la división del trabajo de investigación entre los historiadores. Las subespecializaciones no se consideran legítimas y respetables más que si se efectúan en el interior de uno de los cuatro grandes sectores de base.


Función ideológica y política: el cuadripartismo privilegia el papel de Occidente en la historia del mundo y reduce la importancia y el lugar de los pueblos no europeos en la evolución universal. Forma parte del aparato intelectual del imperialismo, enraizan en el pasado cierto número de valores culturales esenciales para la burguesía dirigente.

Con el estudio de la Antigüedad grecorromana hasta el Renacimiento se establece la base de la cultura burguesa en Francia. Con la Edad Media se perpetúa el prestigio y el ascendente de los medios del catolicismo conservador y de la Iglesia. La Historia Moderna se presenta como la edad de oro de los antiguos regímenes, siendo evacuada de su dimensión política.

La Edad Contemporánea entraña una afirmación: la aptitud de Occidente para dominar el mundo entero, política y económicamente.

Chesneaux plantea que el cuadripartismo es ya inadecuado en el plano intelectual, pues corta en trozos arbitrarios ciertas zonas hist´ricas homogéneas y originales. El cuadripartismo relega a segundo plano los fenómenos más interesantes, las mutaciones profundas, los ejes históricos.

El cuadripartismo pone además un onstáculo al estudio de los fenómenos específicos en el tiempo largo. Y, finalmente, se llega a un verdadero adoctrinamiento, pues el historiador termina persuadido de que se tiene que atener al interior de las categorías, toda reflexión general y comparada será vedada.

Pero el cuadripartismo fracasa sobre todo por el movimiento mismo de la historia. Resulta incompatible con la evolución del mundo de nuestro tiempo, con los requerimientos del presente. El europeocentrismo es cada vez más irrisorio. La historia como conocimiento de un pasado externo a nosotros se encuentra hoy obligada a definirse como referencia activa al pasado. La práctica social unifica el campo histórico en función de sus propias prioridades.

Capítulo 14: tiempo corto y tiempo largo, continuidad y discontinuidad

La “larga duración” está de moda entre los historiadores. Desde Annales, cierta escuela de historiadores franceses se burla de la “historia-batalla”, y rebajarse al estudio del “acontecimiento”, lo juzga, la última degradación lo que habría de contar es el “tejido profundo de la historia”. Desde el advenimiento del estructuralismo a las ciencias humanas, la “larga duración” les ha parecido a los historiadores que ofrecía una salida, pero les hacía falta al mismo tiempo responder a las nuevas exigencias de la “estructura”.

Chesneaux afirma que la historia masiva, la de la larga duración, es una historia pasiva, pues es una historia despolitizada. A la Nueva Historia no le interesan las guerras, los sistemas de fuerzas internacionales, las luchas por el poder político, las revoluciones. La dimensión política está ausente incluso de los fenómenos de larga duración. Existe realmente una larga duración, pero es tan política como esa historia de los acontecimientos tan criticada. Es precisamente la unidad del tiempo largo y el tiempo corto la que defne el verdadero campo político.

La larga duración es política y no es continua más que en apariencia. La política son las masas populares las que la hacen y un cambio político no es completo ni real a menos que atraviese la vida personal de todos.

La historia son sacudidas y rupturas. La historia está constituida por “momentos”, puntos en el tiempo, complejo de procesos llegados a su ruptura. La amplitud y el alcance de estos momentos sobrepasa el “acontecimiento”, que es su expresión puntual.

Un ejemplo que da Chesneaux es el momento de 1789, en el cual se produce una ruptura debido a la crisis interna de la clase dirigente, la crisis del aparato monárquico y sus finanzas, el ascenso exigente de la burguesía en la producción y el comercio, el receso económico a corto plazo, la impaciencia secular del campesinado, la crisis ideológica.

El momento, a diferencia del acontecimiento puntual, es la cuestión de lo posible, es el momento en que todo se vuelve posible.

La coyuntura dialéctica de lo continuo y lo discontinuo es un hilo conductor a lo largo de toda la historia. La historia es una sucesión de lo continuo y lo discontinuo, los movimientos lentos y los ataudes esporádicos. La acumulación de lo continuo se concreta de repente en expresiones violentas: rebeliones y guerras. Lo continuo sucede cuando la sociedad cree en apariencia que todo es lo mismo, pero subyace el cambio.

Las guerras no son fases temporales de violencia militar que alternan con fases de paz, sino que son la continuación de la política por otros medios, la expresión de las mismas exigencias históricas que los períodos de “paz”. Las elecciones tampoco tienen sentido más que si se precisa su inserción en el tiempo (relativamente) largo. No son otra cosa que el reflejo discontinuo y más o menos fiel de una relación de fuerzas políticas que se decide en otra parte. No hay que creer que en las elecciones se decide lo que se decide ni que la sociedad es la que decide.

La dialéctica del tiempo corto y el tiempo largo se inserta en la conciencia social porque la gente comprende bien “que ocurre algo”, que se cambia de época. O, por el contrario, que las cosas no avanzan por lo menos en apariencia. Pero el sentido y la conciencia de las mutaciones históricas se hacen cada vez más claros, a medida que la historia avanza.

El flujo histórico es discontinuo, heterogéneo. El tiempo histórico puede dilatarse y contraerse, se moldea sobre las pruebas y las luchas de los hombres. El problema del tiempo corto y del tiempo largo, de lo discontinuo y de lo continuo, es ante todo político.

Chesneaux ve que se unen los diversos tiempos largos en la época actual debido al capitalismo, en el que la pluralidad de tiempos largos se suelda en un presente común. En el presente se unen, se produce una conjunción que es el desenlace particular de cada uno de ellos y que, sin embargo, los engloba a todos.

La larga duración - Fernand Braudel

Hoy en día, las ciencias sociales se pelean por las fronteras que puedan o no existir entre ellas. El deseo de afirmarse frente a los demás da forzosamente pie a nuevas curiosidades: las ciencias sociales se imponen las unas a las otras; cada una de ellas intenta captar lo social en su “totalidad” cada una de ellas se entromete en el terreno de sus vecinas, en la creencia de permanecer en el propio. La historia acepta todas las lecciones que le ofrece su múltiple vecindad y se esfuerza por repercutirlas.

Las demás ciencias sociales están bastante mal informadas de la crisis que la historia ha atravesado en el curso de los veinte o treinta últimos años y tienen tendencia a desconocer un aspecto de la realidad social del que la historia es buena servidora: la duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres que no son únicamente la sustancia del pasado, sino también la materia de la vida social actual. Para nosotros, nada hay más importante en el centro de la realidad social que esta viva e íntima oposición, infinitamente repetida, entre el instante y el tiempo lento en transcurrir. Tanto si se trata del pasado como si se trata de la actualidad, una consciencia neta de esta pluralidad del tiempo social resulta indispensable para una metodología común de las ciencias del hombre.

HISTORIA Y DURACIONES


Todo trabajo histórico descompone al tiempo pasado y escoge entre sus realidades cronológicas según preferencias y exclusivas más o menos conscientes. La historia tradicional se enfoca en el tiempo breve, el individuo y el acontecimiento. La nueva historia económica y social coloca en primer plano de su investigación la oscilación cíclica y apuesta por su duración. De esta forma, existe hoy, junto al relato tradicional, un recitativo de la coyuntura que para estudiar al pasado lo divide en amplias secciones: decenas, veintenas o cincuentenas de años. Muy por encima de este segundo recitativo se sitúa la historia de larga, incluso de muy larga, duración.

El acontecimiento se encuentra encerrado, aprisionado, en la corta duración: el acontecimiento es explosivo, tonante. Un acontecimiento puede, en rigor, cargarse de una serie de significaciones y de relaciones. Testimonia a veces sobre movimientos muy profundos. Extensible hasta el infinito, se une a toda una cadena de sucesos, de realidades subyacentes. El pasado está, pues, constituido en una primera aprehensión por estos hechos de tiempo corto. Pero esto no constituye toda la realidad. El tiempo corto es la más caprichosa, la más engañosa de las duraciones. Este es el motivo de que exista entre los historiadores una fuerte desconfianza hacia la historia tradicional, la historia de los “acontecimientos”.

Es un hecho que la historia de los últimos cien años, centrada en su conjunto sobre el drama de los “grandes acontecimientos”, ha trabajado en y sobre el tiempo corto. El descubrimiento masivo del documento ha hecho creer al historiador que en la autenticidad documental estaba contenida toda la verdad y que había que leer un documento tras otro para asistir a la reconstitución automática de la cadena de los hechos.

La nueva historia económica y social que ofrece a nuestra elección una decena, veintena o cincuentena de años, debería haber conducido, lógicamente por su misma superación, a la larga duración. Por multitud de razones, esta superación no siempre se ha llevado a cabo y asistimos hoy a una vuelta al tiempo corto.

La estructura es la que domina los problemas de larga duración. Los observadores de lo social entienden por estructura una organización, una coherencia, unas relaciones suficientemente fijas entre realidades y masas sociales. Para los historiadores, una estructura es indudablemente un ensamblaje, una arquitectura, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar. Constituyen sostenes y obstáculos. En tanto que obstáculos, se presentan como límites de los que el hombre y sus experiencias no pueden emanciparse.

Entre los diferentes tiempos de la historia, la larga duración se presenta como un personaje complejo, con frecuencia inédito. Para el historiador, aceptarla equivale a prestarse a un cambio de estilo, de actitud, a una inversión de pensamiento, a una nueva concepción de lo social. Equivale a familiarizarse con un tiempo frenado, a veces incluso en el límite de lo móvil. La totalidad de la historia puede ser replanteada como a partir de una

infraestructura en relación a estas capas de historia lenta. Todos los niveles, todos los miles de niveles, todas las miles de fragmentaciones del tiempo de la historia, se comprender a partir de esta profundidad, de esta semiinmovilidad.

Para Braudel, la historia es la suma de todas las historias posibles: una colección de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy y de mañana. El único error, a su modo de ver, radicaría en elegir una de estas historias a expensas de las demás. En ello ha consistido el error historizante.

LA CONTROVERSIA DEL TIEMPO CORTO


Se impone admitir que las ciencias sociales tienen siempre tendencia a prescindir de la explicación histórica; se evaden de ello mediante dos procedimientos casi opuestos: el uno “sucesualiza” o “actualiza” en eceso los estudios sociales, mediante una sociología empírica que desdeña a todo tipo de historia y que se limita a los datos del tiempo corto y del trabajo de campo el otro rebasa simplemente al tiempo, imaginando en el término de una “ciencia de la comunicación” una formulación matemática de estructuras casi intemporales.

Braudel desconfía de una historia que se limita simplemente al relato de los acontecimientos o sucesos. Si la observación se limita a la estricta actualidad, la atención se dirigirá hacia lo que se mueve deprisa, hacia lo que sobresale con razón o sin ella, hacia lo que acaba de cambiar, hace ruido o se pone inmediatamente de manifiesto. No hay que pensar tan solo en el tiempo corto, no hay que creer que solo los sectores que meten ruido son los más auténticos, también los hay silenciosos.

COMUNICACIÓN Y MATEMÁTICAS SOCIALES

La historia inconsciente es la historia de las formas inconscientes de lo social. Los hombres hacen la historia pero ignoran que la hacen. La historia inconsciente existe a una cierta distancia, un inconsciente social. Este inconsciente es considerado como más rico científicamente que la superficie relampagueante a la que están acostumbrados nuestros ojos. La historia inconsciente (terreno a medias del tiempo coyuntural y terreno por excelencia del tiempo estructural) es con frecuencia más netamente percibida de lo que se quiere admitir.

Los modelos han sido contruidos como instrumentos de conocimiento e investigación. Los modelos no son más que hipótesis, sistemas de explicación sólidamente vinculados según la forma de la ecuación o de la función. Una determinada realidad solo aparece acompañada de otra, y entre ambas se ponen de manifiesto relaciones estrechas y constantes. El modelo establecido con sumo cuidado permitirá encausar, además del medio social observado, otros medios sociales de la misma naturaleza, a través del tiempo y el espacio. Estos sistemas de explicaciones varían hasta el infinito según el temperamento, el cálculo o la finalidad de los usuarios: simples o complejos, cualitativos o cuantitativos, estáticos o dinámicos, mecánicos o estadísticos. Lo esencial consiste en precisar, antes de establecer un programa común de las ciencias sociales, la función y los límites del modelo.

Los modelos históricos son fabricados por los historiadores, modelos bastante elementales y rudimentarios que rara vez alcanzan el rigor de una verdadera regla científica y que nunca se han preocupado de desembocar en un lenguaje matemático revolucionario, pero que, no obstante, son modelos a su manera.

Se puede pasar directamente del análisis social a una formulación matemática. Con los hechos de necesidad se pasa al campo de las matemáticas tradicionales; con los hechos aleatorios, al campo del cálculo de probabilidades; con los hechos condicionados (ni determinados ni aleatorios pero sometidos a ciertas coacciones, a reglas de juegos), se pasa a las matemáticas cualitativas.

Los modelos tienen una duración variable: son válidos mientras es válida la realidad que registran. Para el observador de lo social, este tiempo es primordial, puesto que más significativa aún que las estructuras profundas de la vida son sus puntos de ruptura, su brusco o lento deterioro bajo el efecto de presiones contradictorias. La investigación debe hacerse volviendo continuamente de la realidad social al modelo y de este a aquella. De esta

forma, el modelo es sucesivamente ensayo de explicación de la estructura, instrumento de control, de comparación, verificación de la solidez y de la vida misma de una estructura dada.

Los modelos que Claude Leví-Strauss llama mecánicos son establecidos a partir de grupos estrechos en los que cada individuo es directamente observable y en los que una vida social muy homogénea permite definir con toda seguridad relaciones humanas simples y concretas y poco variables.

Los modelos llamados estadísticos se dirigen a las sociedades amplias y complejas en las que la observación solo puede ser dirigida a través de las medias, de las matemáticas tradicionales. Una vez establecidas estas medias, si el observador es capaz de establecer, a escala de los grupos, esas relaciones de base, nada impide recurrir a las matemáticas cualitativas.

TIEMPO DEL HISTORIADOR, TIEMPO DEL SOCIÓLOGO


Braudel afirma que la concepción del tiempo entre sociólogos e historiadores defiere. Para los primeros es mucho menos imperativo, menos concreto y no se encuentra nunca en el corazón de sus problemas y de sus reflexiones; los segundos no se evaden nunca del tiempo de la historia, éste se adhiere a su pensamiento.

Para los sociólogos, el tiempo social es una dimensión particular de una realidad social determinada: es interior a la realidad de la que constituye uno de los aspectos o particularidades que la caracterizan como ser particular. Al sociólogo no le estorba este tiempo, que se presta a ser administrado a su voluntad, mientras que el tiempo de la historia se presta menos al doble juego de la sincronía y la diacronía.

Para el historiador, todo comienza y termina por el tiempo imperioso e irreversible del mundo, que parece exterior a los hombres y les arranca de sus tiempos particulares. El tiempo del historiador es medida.

En la trayectoria de las exigencias del historiador, éstos aspiran a conocer la duración precisa de los movimientos, positivos o negativos. Lo que le interesa a un historiador es la manera en que se entrecruzan estos movimientos de las estructuras concomitantes, su interacción, integración y sus puntos de ruptura, los que se pueden registrar con relación al tiempo uniforme de los historiadores y no con relación al tiempo social multiforme de los fenómenos. La animadversión que los sociólogos experimentan no va dirigida contra la historia, sino contra el tiempo de la historia; imposición de la que ningún historiador logra escapar mientras que los sociólogos se escabullen prestando atención ya sea a los fenómenos de repetición, o bien en lo más episódico o en la más larga duración.